lunes, 31 de agosto de 2009

Historias de Ewal- El árbol milenario


Ahora mismo me encuentro oyendo "Sidewalks" de Story Of The Year, un grupo que me recomendó Mario. Que os puedo decir, es una canción muy tranquila y creo que le pega bastante a esta historia. Os recomiendo escuchar esta canción ;D
Seguimos con la odisea de Aery Giol, aquel muchacho de cabellos azules y ojos violetas...
¿Qué le deparará el norte de Ewal?
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Contaban leyendas antiguas, que existía un árbol que nunca moría. Había estado ahí, generación tras generación. Alto, de una robustez inimaginable y con ramas tan largas que nadie había conseguido traspasarse todo el árbol entero. Las hojas que colgaban de las ramas, nunca caían, nunca se marchitaban. Aunque en la época de fruta, colgaban todo tipo de frutas y en la época florar, colgaban cualquier especie conocida de flor. A su alrededor, un verde prado con pequeños arbustos silvestres. Según la versión de dicha leyenda, alrededor del verde prado habían horribles monstruos o un gran campo de grandes espinas. Un pequeño poblado se encontraba cerca del árbol que nunca moría, y ellos son los únicos que conocían la verdad de la leyenda. Siempre habían vivido ahí, junto al árbol y a un pequeño riachuelo que regaba el árbol todos los días.
Corrió un chico de cabellos castaños y ojos azules por el verde prado. Iba a reposar su cabeza en el robusto tronco del árbol. Cada tarde hacía lo mismo, le ayudaba a descansar. De repente, cayó del árbol un hombre de extrañas ropas. Iba enmascarado y de color rojo. El chico no se podía mover, estaba atemorizado. Cuando el hombre se dio cuenta de su ventaja, fue hacia él y justo cuando iba a atacar al niño, alguien aún más extraño defendió al joven. Iba encapuchado, y estaba colocado detrás del hombre. Con solamente un toque en su espalda, el hombre cayó al suelo inconsciente. El niño asustado iba a huir del encapuchado, pero entonces vio que el encapuchado pegó un soplido y dijo:
-Uno menos.
Se quitó la capucha con delicadeza. El chico se quedó con los ojos como platos. Un joven unos cuantos años más mayor que él le había defendido de aquel hombre. Tenía un aspecto raro, cabellos azules como el cielo y ojos de color tulipán. El chico sabía que los habitantes de Ewal tenían los ojos azules, entonces supuso que aquel joven no era de aquí. Observó que el peliazul se le acercaba y le preguntó:
-¿Te encuentras bien?
La voz del joven sonaba tranquila y serena, como su rostro. El chico estaba confuso, pero lo primero era agradecer al extranjero por haberle salvado.
-Si... Gracias. Mi nombre es Yuipte.
-Yo soy Aery, un placer.
El joven de nombre Aery, le tendió una mano a Yuipte para que se pudiera levantar. Tras eso, le pregunta que qué hacía allí. Yuipte le respondió que siempre iba allí a descansar. Entonces Aery le contó la historia de los bandidos en Ewal, y que el hombre enmascarado que le había atacado era uno de ellos. El rey de Ewal había mandado una oferta a cualquier valiente para combatir a los bandidos, pero todos habían caído. El único que quedaba era Aery, que al parecer de Yuipte no le parecía ningún guerrero, sino un joven normal y corriente quitando el pelo y los ojos. Aery al terminar de contar su historia, suspiró, Yuipte sospechó que se dejaba una parte de su historia, pero prefirió no preguntar y mantenerse callado. El extranjero tras pegar un salto, cayó justo al lado de un caballo gris. Yuipte se apartó un poco, temía a los caballos, ya que uno en el pasado le pegó una coz en el culo. Al observar su miedo hacia los caballos, Aery sonrió y tras acariciar al caballo dijo:
-Tranquilo, Antares es muy pacífico.
Yuipte suspiró de alivio. Entonces le ofreció a visitar su villa, y pasar unos días allí. Aery tuvo que pensárselo durante un rato, ya que él se dirigía hacia la frontera del norte de Ewal y se encontró con el árbol en medio de su camino. Su problema era que no le gustaba estar con mucha gente, desde que le ocurrió aquéllo... Al final aceptó el ofrecimiento de su nuevo amigo y después de montar en Antares se dirigieron hacia la villa del árbol milenario.
Cada día a cada hora, una joven de cabellos color oro y largos miraba por la ventana de su habitación esperando el regreso de aquel joven, que desapreció de su vida como una brisa de viento. Sus ojos azules observaban tristemente el largo camino por el que varios peregrinos y mercaderes recorrían para poder llegar al castillo. Su corazón apenado aún recordaba como aquel joven la salvó de un bandido. Cada vez que recordaba su mirada, su corazón gritaba de alegría. Tras correr las cortinas, se dio la vuelta y salió de su habitación.
-Debe regresar con vida.
Era lo único que deseaba. Ya había perdido a su prometido, al que tanto había querido. Pero era demasiado codicioso, y esa codicia tan suya, lo destruyó desde dentro. Entró en la habitación del rey, como siempre, se sentaba a su lado a escuchar las órdenes del día. Admiraba al rey, aún estando enfermo, ejercía su trabajo como gobernador del reino. Aún sin ver nada, mantenía que viviría hasta que su cuerpo lo permitiese. Además, apreciaba Ewal más que su vida, aunque corriera por su sangre la maldición de la familia real. Tras apuntarse mentalmente las órdenes del rey, se levantó e hizo una reverencia.
-Volveré mañana- dijo amablemente.
-Gracias por tu ayuda Fer...
-De nada mi señor.
Salió de la habitación y cerró la puerta con delicadeza. Ewal estaba muriendo poco a poco, y con la vida del reino, la vida de su rey también se estaba acabando. Fer jugueteaba nerviosamente con su vestido. La situación se estaba volviendo muy complicada.
Yuipte se agarraba fuertemente a la cadera de Aery. No le gustaba montar a caballo, al joven muchacho le daba miedo aquel majestuoso animal. Yuipte se fijó en una cosa en la cual no se había fijado antes. Sus ropas eran muy simples para querer salvar el reino de Ewal. Un pantalón que no le llegaba a los tobillos de color gris, casi como el pelaje de su caballo. Llevaba encima una gran túnica con capucha de color marrón claro. Aquel joven cada vez confundía más a Yuipte, a pesar de haberle contado su historia, no sabía de donde venía. Por lo que tenía entendido, se distinguía a la gente de los diferentes reinos por el color del los ojos. Giró la cabeza varias veces. El muchacho no iba a desconfiar de aquel extranjero que le había salvado la vida.
-¿Tu aldea está muy lejos?
Yuipte volvió y con él su sensatez.
-No, falta a que las flores del camino cambien de color.
-Que raro... ¿Cuál es el motivo?
-Por el poder ancestral del árbol, hace que todo a su alrededor sea hermoso.
Aery no respondió, seguía mirando con el rostro serio el horizonte. Para él, el horizonte era una gran línea que si la traspasabas te llevaría a un lugar diferente. Además de que representaba la línea de la vida, recta e interminable. En su pasado lo había comprobado. Tras pasar el horizonte, llegó a Ewal, el famoso reino pacífico. Donde cualquier cosa podía hacerse realidad. Un ligero viento se movió, era frío y desconsolador. Un mal presentimiento recorría la espalda de Aery. Yuipte notó el cambio de expresión de Aery, por lo que se asustó. Antares aumentó la velocidad de su galope, el viento cada vez se hacía más fuerte. Tan fuerte, que golpeaba con furia la cara de Yuipte. El muchacho apoyó su cara en la espalda de Aery, era rígida y acogedora...
-Yuipte, despierta. Ha ocurrido algo... Lo siento mucho.
El muchacho de pelos castaños, abría lentamente sus ojos. Se había dormido durante el trayecto. Entonces, la imagen borrosa que llegaba a su mente, lo despertó por completo. Se tapó la nariz repentinamente. Olía a madera quemada, y a fuego. No se lo podía creer. Un gran fuego estaba destruyendo su preciado pueblo. Las llamas eran grandes, y transformaban todo lo que tocaban en cenizas. Ante sus ojos el lugar donde había crecido y había vivido muchas aventuras, se estaba desvaneciendo con el fuego. Yuipte cayó al suelo destrozado, se apoyó en sus rodillas como pudo. De sus ojos comenzaron a caer lágrimas, no había podido hacer nada. Aery estaba de pie, justo al lado del chico con lágrimas. Yuipte estaba durmiendo así que no se enteró de quien fue el que originó el incendio.
Antares cada vez galopaba más rápidamente. Aery cada vez estaba más nervioso, mientras tanto Yuipte dormía plácidamente en la espalda de Aery. A lo lejos consiguieron ver unas enormes llamas que alzaban ante ellos. El chico de cabellos azules se temía lo peor, por lo que bajó de su equino amigo y dejó a Yuipte durmiendo en su lomo. Corrió con sus atléticas piernas hacia el origen del fuego. El olor a quemado era más fuerte mientras se acercaba más. Lo que se encontró era algo que ya se esperaba. La aldea se estaba incendiando. Había llegado demasiado tarde, no podía apagarlo. Entonces, escuchó un grito de una persona. No se lo pensó ni dos veces. Se adentró en el poblado con llamas a salvar a la persona. que había lanzado un grito. El fuego dentro del pueblo era más violento y atacaba con rabia al joven muchacho. Aery con los brazos intentaba que el fuego no le atrapase. Los edificios más grandes del poblado aún no se habían descompuesto, pero pequeñas casetas o parecidos, habían acabado convertidos en cenizas. Otro grito desgarrador. Aery se dio la vuelta, estaba perdido. No sabía donde se encontraba aquella persona, y lo que era aún peor, no sabía como salir de ahí. El joven comenzó a sentir la temperatura elevada que había en aquel lugar. No sabía que hacer. Su respiración se aceleraba de los nervios.
-Hola, amigo- dijo una voz a sus espaldas.
Aery se dio la vuelta asustado. No reconocía la voz de la persona, pero se le parecía bastante al atrapado entre las llamas que había gritado antes. El joven se temía lo peor. Su respiración, de un momento a otro para. Aquella no era la persona que se esperaba encontrarse. Un hombre rondando los treinta años sonreía con maldad delante de Aery. Su cara tenía forma ovalada, con los ojos color miel y el cabello rizado de color como el carbón. Era dos cabezas más alto que el muchacho peliazul, y sus brazos y piernas grandes, indicaban que sabía pelear. Vestía ropas de caballero. Armadura plateada, y en la espalda llevaba colgados la espada y el escudo. Aery notó que la expresión que tiene aquel hombre le era muy familiar. Sus ojos comenzaban a llorar del humo, por lo que no le conseguía reconocer. Todo estaba muy borroso. No podía moverse, se estaba mareando. Lo único en lo que pensaba era en salvar a aquella persona, pero comprendió que todo era una trampa.
-¿Has sido tú el que ha incendiado el pueblo?- consiguió decir.
Solamente sonríe, por lo que Aery lo dio como asentimiento. Empezó a toser, el humo del fuego estaba llegando poco a poco a sus pulmones.
-¿Por qué?
Ahora, el joven había provocado la risa del hombre con armadura. Aery tosía más y más, pero no sabía qué hacer. Estaba desorientado. El hombre miró fijamente a Aery. No comprendía el por qué aún no le había reconocido. Abrió los brazos en señal de familiaridad, pero el joven no respondía.
-¿Ya no te acuerdas de los amigos de tu padre?
Los ojos de Aery se abrieron tanto como pudieron a causa de la sorpresa. ¿Un amigo de su padre? Aery intentaba respirar, pero el humo del fuego le invadía de nuevo los pulmones. Concentró sus fuerzas y movió su mano derecha con elegancia. Una pequeña ráfaga de viento se creó entre ellos, pero no ocurrió nada. Aquel hombre que se hacía llamar amigo de su padre había desecho su habilidad. ¿Cómo? Se preguntaba Aery. Solamente le estaba manteniendo la vista, nada más.
-Demasiado fácil me lo pones, chico- dijo el hombre- Nunca llegarás a la altura de tu padre.
El joven se enfureció, no le gustaba que le comparasen con su padre. El fuego cada vez era más intenso, poco a poco, iba destruyendo el pueblo. Trozos de madera incendiados caían del cielo.
-¿Qué es lo que quieres?- preguntó Aery.
-Tu padre te está buscando...
Al decir eso, desapareció del campo de visión de Aery. Escuchó un leve susurro. Se giró hacia detrás, pero el hombre se encontraba detrás suya. Le golpeó en la nuca fuertemente, dejándolo inconsciente. No podía respirar, su visión cada vez iba a peor. El pueblo de Yuipte estaba cayendo, y él no podía hacer nada. Estaba ahí tirado, sin fuerzas. Con sus últimas fuerzas, intentó levantarse con sus manos, pero inevitablemente, cayó. El hombre se alejaba de Aery lentamente, las llamas del incendio hacían brillar su armadura. Una antorcha humana, podría llamársela.
La noche había caído sobre Ewal. Una brillante luna iluminaba la oscura noche que se alzaba ante el famoso reino. La luna era completamente redonda, lo que le hacía ser admirada durante ese día. La luna en su total esplendor. Toda la gente del reino de Ewal, celebraba con alegría ese día. Los pueblerinos cenaban en familia lo mejor de sus cosechas y de su ganado. Mientras que los adultos se emborrachaban y contaban viejas anécdotas, los niños jugaban en el campo y de vez en cuando, le echaban una vista a la luna. En Ewal, la luna era signo de esperanza y felicidad. Por esa razón cuando la luna estaba circularmente perfecta, los habitantes de Ewal lo celebraban, ya que significaba que ese día iba a estar lleno de esperanza y de felicidad. Una chica de largas trenzas rubias, observaba tristemente la luna desde su gran ventanal. Vestía un camisón rosa de seda, de la mejor que había en Ewal. Su cara, de rasgos bellos, miraba entristecida la luna circular. Había vuelto a tener aquel sueño, o más bien, aquella pesadilla. La tenía todas las noches, no faltaba una en que no la tuviera. La bella dama, esperaba que al menos hoy, el día de la luna, no tuviese ese sueño. Desgraciadamente, lo había soñado de nuevo. Movió las cortinas, tapando la imagen de la luna. Tenía miedo de que, aquella pesadilla se volviese realidad. Sería el caos completo de Ewal. Ella no permitiría que su pesadilla se hiciese realidad, estaba decidida.
-Yo, Fer Qel, lo juro.
El joven Yuipte había dejado de llorar. Aunque hubiese parado hace un buen rato, la tristeza volvía una y otra vez. Yuipte no se podía mover, así que Aery enterró los cuerpos de los habitantes. Ellos dos estaban ahora, bajo el árbol milenario decidiendo lo que iban a hacer. Yuipte quería ir con el extranjero en su aventura contra los bandidos, pero Aery decía que no podía ir con él. No comprendía la situación. Los bandidos cada vez se hacían más fuertes. Aery cada vez que cerraba los ojos, veía de nuevo la imagen del hombre y un escalofrío le recorría la espalda. Era una mañana tranquila, sin mucho viento, sin mucho calor. En esos momentos, cualquier persona de Ewal desearía estar tumbado y dejaría que los rayos del Sol le golpeasen en el cuerpo. Yuipte hacía eso, necesitaba tranquilizarse, después convencería a Aery para dejarle marchar con él. Mientras tanto, el otro joven se movía inquietamente por las ramas del árbol. Necesitaba planear su próxima jugada. Si su padre le estaba buscando, significaba que bandidos de clase alta irían tras él. Era algo demasiado peligroso para Yuipte. Se paró durante unos momentos para que la luz del Sol le diesen en la cara. De donde venía Aery, casi nunca daba el sol y hacía mucho frío. Ewal le encantaba. Bajó del árbol, hasta llegar donde estaba Yuipte.
-Yuipte, ¿cuál es la aldea más cercana de aquí?
El muchacho le miró con desconfianza, se temía lo peor.
-Es Daoquil se encuentra al este de Ewal, muy conocida por aquí, por la adivina que vive ahí. ¿Por qué lo quieres saber?
La cara de Aery se oscureció. No le gustaba abandonar a Yuipte, pero sería lo mejor para él. Estaría a salvo de los bandidos.
-Lo siento... Yo, te dejaré allí y después retomaré mi camino.
Yuipte abrió los ojos, no se lo podía creer, más bien, no se lo quería creer. El único amigo que le quedaba en este mundo, le iba a abandonar en el primer pueblo que se cruzasen. Agradecía que hubiese enterrado a su familia y en general a todo su pueblo, pero no quería estar solo de nuevo. Entonces, al observar el rostro de Aery, Yuipte notaba que su rostro estaba entre preocupado y serio. Comprendía. Cerró los ojos y sonríe un poco.
-Vale, entiendo.
Los dos viajeros se dirigieron hacia un caballo de piel gris y montaron en él. Destino, Daoquil.
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Nos leemos en la próxima entrada =D

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