lunes, 10 de agosto de 2009

El Tiempo

Este es un OS (One-Shot xDDD) de ciencia-ficción si lo puedo llamar. La idea se me ocurrió cuando estuve en Campello y pensé en el futuro de nuestro querido planeta. La trama es algo confusa, pero lo que verdaderamente me gusta el protagonista, me recuerda de un cierto modo a Yûi pero se difrencian ambos personajes en que la antes mencionada tenía curiosidad, ganas de saber.
Además comentar que antes se iba a llamar Colonización, pero cambié el título al escribir otra parte de este Os.
Que disfrutéis!
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Colonización
Los grandes pensadores de las antiguas épocas nunca llegarían a imaginarse en la cruel situación en la que nos encontramos ahora. Todo comenzó hace 500 años aproximadamente, ya que tampoco podría decir el tiempo que ha pasado exactamente desde aquel suceso. No tenemos verdaderos indicios de cómo ocurrió, en qué lugar llegaron y qué dijeron; pero la historia ha ido pasando generación tras generación en secreto ya que si ellos llegasen a saber qué su verdadera historia se estaba desvelando, nos hubieran aniquilado en un instante.
Decían que era una mañana soleada, con una suave brisa que acariciaba el cielo. Decían también, que cuando ellos llegaron, en un principio nosotros pensamos que era una estrella que caía a nuestro planeta. Era color rojo vivo y con una larga cola color anaranjado y rojizo a la vez. Nosotros lo miramos expectantes sin saber la gran desgracia que traería.
Se produjo una gran explosión cuando tocaron tierra. Nosotros pensamos que era un aparato sin vida propia y que se había desviado de su rumbo. Decían que lo llevamos a los hogares que perderíamos mucho después, para examinarlo. Al parecer, le hicimos todo tipo de pruebas y que sus resultados eran secretos. Lo peor fue cuando despertaron y salieron de su “casa”. Con su horrible apariencia y su terrible fuerza, comenzaron a invadir nuestras tierras y a tomar todas nuestras posesiones.
Decían que perdimos a muchos de los nuestros contra ellos, hasta teníamos una rebelión. Yo, la primera vez que escuché la historia en el mercado, no me lo pude creer, pensé que era imposible. El solo pensamiento de haber intentado luchar contra ellos, me dio esperanza para seguir viviendo.
Después de conquistar todo nuestro planeta, decidieron hacerlo suyo. La colonizaron al completo. Cogieron a nuestros antepasados como esclavos, los compraban y los vendían, tal y como nosotros habíamos hecho en el pasado ya lejano. Pasaron años de crisis, y todo volvió a su normalidad. Modernizaron nuestras ciudades y las hicieron a su gusto, transformaron nuestro querido planeta en un reflejo del suyo. De eso trató la Época de la Colonización.
Llegó el Siglo de Oro, donde su cultura evolucionó a niveles enormes por lo que la nuestra decayó. Decían que intentamos oponernos a ese gran siglo, por lo que el número de humanos se redujo a la mitad ya que algunos de ellos nos habían cogido afecto como esclavos.
Pasaron los años, y llegó la Epidemia, una enfermedad atroz que sólo nos afectaba a nosotros. Bajó el número aún más de humanos en nuestro planeta. Ya no éramos los habitantes más numerosos del planeta y estábamos rozando la extinción. Muchos de sus médicos intentaron crear una cura para nosotros, les éramos demasiado útiles como para perdernos. Nunca se supo de dónde salió la enfermedad, pero desapareció.
Hemos llegado a nuestra época, donde ellos han cogido la moda de coger nuestra apariencia y han abandonado su real aspecto. Los humanos somos ahora un gran premio delicado que solamente unos pocos de los suyos pueden conseguirnos. Soy uno de los últimos humanos de la Tierra. Mi nombre es Tena, no sé que edad tiene mi cuerpo, mi dueño nunca tuvo el suficiente interés en mí como para saberlo. Según mi dueño, soy un humano débil, holgazán y feo. La verdad, me da más bien igual su opinión, en cierto modo él me desprecia aunque muestra otras veces una conducta un tanto extraña conmigo.
No recuerdo a mis padres ni mi otra vida antes de llegar al hogar de mi dueño. Según él, mis padres fueron unos esclavos de otro gran señor mucho más poderoso que él, ya que se podía permitir tener dos esclavos humanos. Al ser de sexo diferentes, se atrajeron mutuamente y me concibieron a mí. Después de aquel acto de “rebeldía”, mis padres fueron severamente castigados y yo fui entregado al mercado de humanos ante las lágrimas de mi madre.
-¡Tena! ¡Levanta! ¡Tienes que hacerme el desayuno y te estás retrasando!
Abro los ojos, nunca me había retrasado en todo el tiempo que llevo viviendo con mi dueño. Grita aún más fuerte y me despierto por completo. La cama en la cual dormía, desaparece y me deja caer al suelo. Me quejo durante unos instantes y voy hacia la cocina. Allí me espera con su típica cara de enfado y con sus brazos cruzados. Puedo decir que mi dueño es como yo físicamente, como los humanos, refiero. Pero sé que no lo es, solamente es un disfraz, como los que utilizan todos los que son como él. Tiene el pelo de color amarillo y corto, casi rapado. Sus ojos son como las dos esmeraldas que cuelgan en sus muchos cuadros. Y su cuerpo en sí es muy fuerte y grande.
Corro con mis delgadas piernas hacia la despensa y cuando la abro le pregunto:
-¿Qué quiere hoy para desayunar, señor?
-Cereales de algas- me responde secamente.
-Su médico le recomienda que tome más cereales y que tome menos algas- digo.
-Me da lo mismo lo que diga ese sabiondo, ponme lo que te he mandado y punto.
Saco una bolsa en la que pone en su idioma “cereales algunas”, cojo un cuenco y abro la bolsa. De la pequeña bolsa salen unos polvillos verde oscuro que llenan por completo el cuenco de metal. Me dirijo hacia la nevera y saco la garrafa de agua. Al echar el agua en el cuenco, los polvos verdes comienzan a expandirse y a hacerse más grandes, es decir, algas.
-Aquí tiene...- digo cuando le dejo el desayuno a mi dueño.
No me responde, era ya una rutina. Nunca me agradecía nada, algo a lo que ya estoy acostumbrado. No sé que es que alguien te dé las gracias, yo las he dado pero nunca he recibido ningún agradecimiento.
Vivo aquí desde que mi dueño me compró en aquella subasta de esclavos. Yo era pequeño y no me acuerdo de mucho, si puedo decir más, podría decir que era como si hubiera estado dormido hasta que mi dueño me compró.
Mi dueño es un importante ingeniero y filósofo, por eso tiene mucho prestigio y vivimos en una casa tan grande como la del presidente del planeta. Es algo complicado limpiarla, pero me esfuerzo mucho para conseguir la perfección. Muchas veces pienso la razón por la cual mi dueño me compró a mí y no a otro humano más fuerte o más mayor que yo.
Termina su desayuno y deja el cuenco en la mesa. Se levanta lentamente y yo me quedo quieto. Me mira fijamente y me dice:
-El desayuno estaba asqueroso como siempre.
Le observo con mis ojos sin expresar nada.
-Entonces no lo tome.
Me agarra fuerte de los hombros y me estampa contra la pared. Algunas cosas de la despensa caen, pero esta vez mi dueño no me pide que las recoja. No me asusto y no me opongo. Soy su propiedad y puede hacerme lo que quiera. Me acaricia la mejilla con sus enormes manos y acerca su boca a mi cuello. Yo miro a la lejanía, nunca llego a comprender sus extrañas conductas que tiene conmigo. Después, pasa su mano por mi oreja izquierda. Hace círculos y llega a mi marca de esclavo.
Mi marca de esclavo, en verdad es un aparato que tengo enganchado por lo alto de la oreja y hace que impida huir de mi dueño o que le desobedezca. También es para diferenciarnos de los suyos, ya que ahora ellos van como nosotros. Nunca me ha llegado a dar ninguna descarga por no obedecer a mi dueño. No tengo ningún sueño en esta vida, sólo la vivo monótonamente.
-Serás un humano horrendo, pero eres diferente- me susurra al oído.
Yo no me inmuto al escuchar sus palabras.
Entonces, se separa de mí y tras toser me manda a hacer la compra semanal. Me da el dinero exacto y salgo del gran hogar de mi señor. Agacho la cabeza y me alejo para llegar al lugar donde más “personas” hay.
Me toco ligeramente el cuello, fuerzo mis puños y dos lágrimas caen al suelo.
Llego a la ciudad poco tiempo después, ya que mi dueño vive a las afueras. Es algo más cómodo, no hay ningún vecino que nos pueda molestar pero a la vez te sientes un poco solo en el mundo. Aunque más solo de lo que me siento, no puedo sentirlo más.
Los coches pasan por encima de mi cabeza y los altos edificios donde viven los más adinerados no llegaban a mi campo de visión. Es una era rara en la que vivo yo. El cielo como siempre, es azul tristón. Desde de que ellos llegaron y trajeron todas sus tecnologías, la luz de la estrella se apagó un poco. Los humanos pasean junto a sus dueños, hay de todo tipo. Algunos que van atados del cuello y su dueño los lleva, a ésos se les conoce como “mascotas”. Hay otros que trabajan en las tiendas, son llamados “empleados”. Yo soy del tipo “sirviente”.
Me fijo en que hay menos humanos que en la última semana que vine, se ve que los que faltan han sido matados. Me dirijo al puesto al que siempre voy, donde hay un empleado. Es más cómodo hablar con él que con otro de los suyos. Él al menos no me mira de arriba a abajo y después escupe el suelo en señal de indignación.
Ghiak es el empleado de esa tienda, es un hombre de edad avanzada y aún así sigue trabajando para la tienda de su amo. Tiene una gran mata de pelo en la cabeza, antes era negro y ahora color grisáceo. Su rostro es mucho más alegre que el mío, yo siempre me muestro triste y serio.
La puerta se abre y entro. Él me espera con una agradable sonrisa y me dice:
-¿Lo de siempre Tena?
Simplemente asiento.
Agarra una bolsa transparente y comienza a buscar todas las cosas. Yo me apoyo en el mostrador y le sigo con las vista, Ghiak es muy entusiasta, suerte la suya que le ha tocado un buen señor. Viene hacia aquí y le pago por todo. Suena una máquina que se traga todo el dinero, y justo cuando voy a salir, dice:
-Te ha vuelto a tocar, ¿verdad?
Me toco el cuello y aparto la mirada de Ghiak. Me conoce muy bien, ya que de vez en cuando me quedo con él para hablar. Se dirige hacia mí, me mira fijamente y no puedo escaparme.
-Tena... Tienes que hacer algo... Aún eres muy joven.
-Ni siquiera sé que edad tengo... Además es mi dueño, puede hacer lo que quiera hacer conmigo.
-Hemos perdido algo muy importante desde que vinieron.
-No lo digas Ghiak, te castigarán- digo asustado.
-Libertad, libre albedrío...
Su chip de su oreja comienza a pitar fuertemente y el hombre cae al suelo del dolor. Se retuerce y el pitido deja de sonar, después de respirar, ayudo a Ghiak a levantarse.
Éso es el castigo que recibimos cada vez que no pensamos como ellos quieren. No es un simple GPS para saber dónde nos encontramos, es algo mucho más potente y que quizá los humanos nunca sepamos que más cosas hacen.
Me despido de él con una leve mueca y salgo de su tienda. Es la hora punta, todos salen de sus casas y pasean por las calles. Una norma que nos impusieron ellos es acostumbrarse a sus costumbres. Comer lo que ellos comen, hablar como ellos hablan (perdimos nuestras lenguas antiguas y ahora hablamos el idioma universal), y hacer lo que ellos hagan. Choco con algunos de los suyos que están paseando, son muy rápidos al andar, mucho más que nosotros. Me acuerdo los paseos de las noches que tengo que dar con mi dueño, va tan rápido que yo tengo que corre para poder alcanzarle. Creo que ésa es una de las razones por las que estoy tan escuálido y delgado.
Llego a la casa de mi señor y cierro todas las puertas. Por unos momentos me quedo quieto pensativo, todos ellos... todos ellos me miraban de arriba a abajo, como si quisieran tenerme o con cierta curiosidad de quien sería el dueño. Como ya he comentado antes, tener a uno de nosotros significa tener suficiente dinero como para comprarnos y seguir manteniéndonos.
Dejo toda la compra en la cocina y la guardo en sus respectivos sitios. Entonces, él entra, los pelos de mi nuca se erizan de miedo pero yo no me muevo. Noto como se me acerca y se apoya en la bancada.
-Haz tus maletas Tena, nos marchamos.
-¿Negocios?- me limito a preguntar.
-Se le podría llamar así...- responde con un tono misterioso.
Agacho la cabeza y me marcho de la cocina rápidamente, temo que mi dueño me persiga y me agarre para estamparme de nuevo contra la pared. Bajo las escaleras y se nota como el estilismo que se refleja en la casa, va cambiando conforme iba bajando más y más escaleras. Los cuadros que flotaban en el aire, las cuales eran obras de arte, desaparecen al llegar al mi “habitación” si se le puede llamar así.
En verdad es el sótano de la casa, pero al comprarme mi dueño me metió ahí abajo enseguida y tuve que apañármelas para decorarla a mi gusto. La única iluminación es una pequeña vela que nunca se apaga, y el demás mobiliario son unas mantas que hacen de cama cada vez que mi cama verdadera desaparece por orden de mi dueño, y libros que estoy intentando leer. Cojo una mochila bastante desgastada de color marrón, para nada parecida a las propulsoras que se han puesto de moda ahora, y meto algunas de mis posesiones más preciadas. Mi libro favorito que al parecer era un trabajo fotográfico por lo que me contó mi dueño al dármelo, ya que era un regalo para él de un cliente suyo pero él no quería tal cosa. Lo abro y observo mi imagen favorita. El mar en su total esplendor... Nunca he tenido la oportunidad de ver el mar, sólo gracias a este libro tengo conocimiento de que existe tal maravilla.
Meto también en mi mochila un muñeco tirado que encontré cuando era pequeño y paseaba por la calle. Es una tortuga que ha perdido todo color y le falta una pata, le cogí cariño durante este tiempo ya que representa mi infancia perdida. Miro a mi alrededor y me acuerdo de coger algo de ropa para el viaje, se me había olvidado preguntarle a mi dueño cuanto tiempo íbamos a pasar fuera. Dejémoslo, para tres días y va.
Me coloco la mochila y subo de nuevo, y ahí está mi dueño esperándome en la puerta que lleva al exterior con tres maletas de las grandes. Me mira sonriente y señala las maletas. Pretende que las lleve todas... Sus castigos eran peores que hacer funcionar el chip de mi oreja. Pudiendo llevar las maletas con el teletransportador, no, las tiene que llevar Tena.
Respiro hongo y las cojo con mis débiles brazos.


Obsequio
No había duda, era un robot. Me encontraba delante de la suave orilla del mar, y la corriente había llevado hasta mis pies una máquina que antes ayudaba a lo humanos en su arduo trabajo. Creo recordar que fueron prohibidos tras un intento de asesinato múltiples por un fallo de circuitos. En esa época era pequeño, por lo que no consigo recordar mucho. Me quedé quieto sin saber qué hacer exactamente. Nunca me había encontrado con una máquina y no supe cómo reaccionar.
Me agaché sútilmente hasta que llegué a su altura y lo saqué de la mar. Lo tumbé a la arena para poder verlo mejor. Tenía los ojos como dos bombillas de las que utiliza mi dueño para iluminar el hogar, la cara tenía unos rasgos muy parecidos a los míos, tantos que me toqué la cara del asombro. Su cuerpo era metálico, como no, ya que los robots son simples herramientas creadas por “ellos” para intentar hacer su vida mucho más cómodo.
Con la tristeza en el pecho, decidí marcharme de la puesta de Sol, la primera que veía en el mar. Lo principal era socorrer a aquel robot y descubrir quien era su dueño o por lo menos de donde venía. Me costó bastante, ya que pesaba un quintal y tuve que arrastrarlo por la arena de la playa.
Cuando llegué a la casa de vacaciones de mi dueño, un escalofrío me recorrió el cuerpo. ¿Y si el amo lo tiraba a la basura o llamaba a la seguridad internacional para llevárselo? Tragué saliva, y después me armé de valor tras cruzar el umbral.
Mi dueño había decidido venir a su casa de la playa tras haber vuelto de nuestro último viaje, según él quería desconectar de la civilización durante un tiempo. Claro está, que si él se separaba del mundo, yo tenía que irme con él, para eso era su esclavo y sirviente.
Era una casa algo más pequeña que en la que solíamos vivir, de madera suave y en frente del mar. Los suyos no se podían bañar, eran tóxicos al agua, aún así les gustaba la bonita visión que les daba. Si no habían llegado a dejar seco nuestro planeta, había sido por nosotros. Los humanos si que necesitábamos el agua para poder sobrevivir, y si nosotros llegábamos a morir, ellos se quedarían sin esclavos y sin su gran progreso.
Allí estaba él, con su ordenador gigante repasando unas cuentas suyas antes de irse a descansar, en un principio al verme entrar no dijo nada, pero después al observar lo que me acompañaba, o más bien lo que traía conmigo, se levantó de golpe de su sillón. Me miró con cara de enfado y señaló al robot.
-¿Qué llevas contigo Tena?
-E-Es un robot que he encontrado a la orilla del mar y... -no pude seguir, se levantó repentinamente, parecía que fuese a pegarme, pero en cambio cogió al robot que parecía estar durmiendo y comenzó a observarlo.
-¿No lo habrás cogido para que te ayude en tu trabajo?
-Pues la verdad es que no -respondí de inmediato.
Suspiró y comenzó a decir palabras incomprensibles para mí, después me mandó a ir a mi habitación en esa casa. No quería que terminara mis tareas, algo que era muy extraño para mí.
Cerré la puerta, me apoyé detrás de ella, ¿qué le iba a hacer a la máquina? Mi cuerpo temblaba a más no poder, tenía miedo. ¿Y si después me castigaba por haberlo recogido? Escondí mi cara entre mis rodillas y me dormí ante el cansancio de aquel día tan duro y tan extraño.
Abrí los ojos, me encontré en mi habitación pero no estaba en el suelo. Estaba tumbado en mi cama. Al darme cuenta, me levantó con miedo, mi dueño podría estar ahí, esperando a que me despertara. Inspeccioné la sala, y no había nadie más aparte de yo. Me tumbé de nuevo en la cama y suspiré. ¿Por qué el amo había entrado en mi habitación y en vez de despertarme, me llevó hasta la cama? Me acordé entonces, del robot que recogí el día anterior.
Salí apresuradamente de mi habitación y bajé las escaleras con prisa. Mi habitación en esa casa estaba en el desván, en vez de en el sótano. Busqué a mi dueño en la cocina, en el salón, en la marquesina y no estaba en ninguno de esos lugares. Empecé a preocuparme por el robot, ¿y si lo había devuelto al mar? Fui, entonces, al jardín que daba detrás de la casa, allí había una pequeña caseta de metal donde el amo guardaba aparatos extraños que nunca pude preguntar cuál era su utilidad.
Había luz dentro, por lo que abrí la puerta y me encontré con algo muy extraño. Mi dueño estaba reparando al robot con esos utensilios. Se quitó una máscara protectora, las máquinas pararon de reajustarlo y se dirigió hacia mí. Yo le miraba confuso, no sabía por dónde comenzar.
-¿Qu-Qué está haciendo?
-Reparando al robot éste... -dijo con cierta dejadez.
-P-Pero tengo entendido que los robots fueron prohibidos en el planeta.
Se acercó a mí y me rebolicó un poco el pelo.
-Que tonto eres Tena, se prohibieron en las ciudades, en las afueras no hay mucho peligro.
-Entonces, ¿para qué lo está reparando?
-Por aburrimiento, nunca he reparado un robot de este modelo así que tenía curiosidad. Ahora, ¡fuera! -gritó mientras me empujaba fuera de la caseta.
Me quedé congelado delante de la puerta, encontrarme con aquel robot quizá me hubiera hecho más humano, más de lo que soy, claro. Me toqué el corazón, latía rápido, con ansias de saber el resultado de la reparación.
“-¿Quieres saber cómo soy realmente? -me preguntó.
-No tengo la necesidad de saberlo -respondí secamente.
Parecía que se fuese a quitar la máscara mientras me estaba sujetando contra su otra mano. No podía escapar de aquella imagen, yo... yo... ¡yo no quería saberlo!”
Vomité al recordar la escena, recordé que no había desayunado aún y mi cuerpo se sentía débil.
Levanté la mirada y después la bajé, el robot que mi dueño había reparado y reconstruido para mí. No sabía la razón por la cual hizo éso, tampoco conocía la razón por la cual sus ojos me miraban curiosos atentos a mi reacción. Simplemente agarré de la mano fría y metálica al robot y me lo llevé a ver la puerta de sol. Mi dueño no reprochó nada, ni se quejó, es más, parecía que estuviese contento.
El robot no hablaba, sólo sabía mover las manos para hacer extraños signos que después de un tiempo llegué a comprender. No tengo objetivos en la vida, no tengo escapatoria simplemente quiero vivir al máximo los momentos que me gustan, porque sé que un día no los podré vivir.

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