jueves, 17 de septiembre de 2009

Historias de Ewal- La historia del castillo


Una vez más, al no saber que actualizar (vaya se puso a llover) os dejo con la Historia 4 de Ewal ^^ Espero que estéis disfrutando de este mundo de fantasía creada por la servidora XDD


Por el norte de Ewal, donde hacía un poco más de frío; no había ningún reino que hiciese frontera con Ewal, eran tierras heladas que estaban deshabitadas o al menos eso se creía. Algunos los llamaban las tierras heladas, otros las tierras del norte, pero su nombre oficial eran las Tierras Prohibidas del Norte. Tenía ese nombre porque se tenía prohibido entrar ahí, ya que podrías perder la vida o perderte y perderla igualmente. Aún así, lo que muchos no sabían, es que habían personas viviendo allí en pequeños poblados. Tenían dificultades para sobrevivir, pero las superan como pueden.
Todo era blancura allí, entonces ¿por qué había fuego? Uno de los pequeños pueblos que se encontraba en aquellas tierras, se estaba incendiando. Caía nieve y junto al viento fuerte, originaba una tormenta de viento. Los poderes de la naturaleza no podían apagar aquel fuego, alguien debía controlarlo. A lo lejos, se ve como una única silueta se aleja a paso lento.
Un niño sintió el calor de algo. Abrió los ojos y lo que se encontró era algo horrible, su poblado, donde se había criado. Se estaba destruyendo. Le dolía la cabeza, había sufrido un golpe en ella antes. De repente recordó la imagen de los habitantes manchados de sangre y muertos. Se dio la vuelta, intentando desesperadamente buscar ayuda. En aquellas tierras era imposible encontrar a alguien. Sus ojos se fijaron en una mancha negra que se movía. Intuía que era una persona. Comenzó a gritar, a pedir ayuda, pero aquella silueta no se giraba ni se interesaba. El chico cayó llorando a la nieve. Sus lágrimas hacían deshacer un poco la nieve. Se miró las manos y después murmuró:
-Si tan solo hubiese sido más fuerte. ¿Por qué? ¡Papá!
Soltó un grito de desesperación, que hizo ahuyentar a los animales más cercanos a ese lugar. El fuerte viento tumbó al joven, y con nieve comenzó a taparlo. Poco a poco se dejaba de ver su pelo azul brillante.
Aery abrió los ojos. Respiraba irregularmente, sudor recorría su cara. Se levantó de la hierba en la cual se había tumbado antes. Antares notó que su dueño estaba raro y fue hacia él para animarle. El chico de cabellos azules le acarició el cuello, comprendía a su amigo, pero debía llegar al castillo antes de que volviese a anochecer. Había vuelto a tener otra pesadilla, y cada vez con más sentido. Temía que por su culpa, la bella dama Fer Qel muriese.
Se tocó la parte en donde se encontraría el corazón. No podía dejar que ocurriese. Miró a sus espaldas. Allá, a la lejanía, se encontraría Yuipte viviendo con Verne en Daoquil. Había hecho bien en dejarlo ahí. Cogió un poco de comida que guardaba en su bolsa, tras comérselo, montó en Antares y siguió con su camino.
En el pueblo de Daoquil, un joven de cabellos castaños también se despertaba e iba a comenzar un nuevo día. Se levantó de la cama y se dirigió hacia la cocina. Era acogedora, como toda la casa en sí. Una joven de largos cabellos verdes le esperaba en la mesa. Tenía un cuenco pequeño de madera en sus manos. El desayuno estaba listo. Yuipte soltó un suspiro, aún no se acababa de acostumbrar a vivir con Verne. No era por su extraña personalidad, era porque echaba de menos la compañía de Aery y de Antares. Tomó asiento delante de ella. La chica giró su cabeza hacia él.
-¿Qué tal el sueño?
Yuipte la miró extrañado.
-No sé porque me preguntas, eres adivina.
-Eso era lo que me preguntaba mi madre cada vez que me levantaba. Además, prefiero que me lo cuentes tú.
El chico se sonrojó. Quería saber lo que le había parecido su sueño. Tal vez si que se estuviese acostumbrando a Verne y a sus palabras con doble sentido.
-Soñaba que estaba suspenso en el aire, en cierto modo en el aire no, en la nada. Todo estaba blanco y tenía miedo. Tenía miedo de que no hubiese nadie aparte de yo. De repente, aparece mi familia. Van hacia mí desde lo lejos, entonces desaparecen. Después aparece Aery, me ofrece su manos y le agarro. Me susurra algo al oído que no consigo oír. También desaparece, todos me dejaban solo. La nada comienza a desaparecer, y me encuentro en un verde prado, lleno de flores. Podía captar cada uno de los olores de las flores, era tan real. Estaba tan relajado...
Verne tenía los brazos cruzados, y tenía una expresión de interés. Al terminar de contar su sueño, Yuipte se tomó de un trago su leche y se levantó. Sabía lo que significaba su sueño, en parte. Salió fuera de la casa, sin decirle nada a Verne. Paró en su jardín. No estaba nada cuidado. Quería alegrar esa casa, ya que sabía tanto de jardinería, iba a ponerlo en práctica. Ese sueño le decía que aunque la gente le dejase solo, debía ayudar a los de su alrededor. Se arremangó un poco y comenzó a arrancar malas hierbas. La adivina le observó desde la puerta aún con los brazos cruzados. No podía ver lo que hacía Yuipte, pero notaba que era algo bueno. Entró a la casa.
-Algún día escucharás las palabras de Aery...
Al chico nombrado le pitaron los oídos, pero no debía hacerles caso. Ahora estaba en un verdadero problema. Se apoyó en el suelo con su mano derecha ensangrentada. Delante suya, un caballero con su reluciente armadura y cara de pocos amigos. No tenía ningún rasguño, todo lo contrario que Aery. No podía levantarse, sus piernas le flaqueaban.
-Tú eres... el de la otra vez... en el incendio- consiguió decir Aery.
El caballero le miró y sonrió:
-¿Ahora te acuerdas de mí?
El chico no respondió, solamente respiraba con irregularidad. Le había ocurrido lo mismo que aquélla vez, no era lo suficiente poderoso. Apretó su puño de la rabia que sentía en su interior. Aún cuando había estado entrenando tan duramente, no conseguía vencer ni a ese desconocido. Escupió sangre y le preguntó:
-¿Qué es lo que quieres de mí?
-Lo mismo que en nuestro último encuentro. Tu padre te está buscando.
Aery apretó más fuerte sus puños, golpeó el suelo y gritó:
-¡¿Qué tiene que ver mi padre con los bandidos?!
El hombre apartó la mirada y comenzó a observar el cielo.
-En cierto modo, tiene que ver con todo.
El chico se quedó paralizado, no sabía que decir, que responder. Por su cabeza pasaban miles de imágenes. No entendía aquella situación. Miró al suelo, el caballero observó su reacción. Sonrió, caminó y pisó fuertemente la mano derecha de Aery. El joven sintió un intenso dolor en su mano, se intentaba controlar y no gritar. El caballero se agachó hasta poder mirar fijamente a los ojos de Aery a la misma altura. Sus ojos miel chocaban con los ojos violeta de Aery.
-Yo, Vam Kurt, como orgulloso caballero bandido nunca miento.
Aery seguía sin poder creérselo. ¿Acaso significaba que su padre era el jefe de los bandidos? Esos pensamiento y muchos más le apartaron del dolor que estaba sintiendo en ese momento.
-¿Qué es lo que quiere mi padre de mí, entonces?
Vam dejó escapar una sonrisa. Esa pregunta le hacía entender a él que aquel chico aceptaba la realidad en la que estaba viviendo. Se levantó, no sin quitar su pie de encima de la mano de Aery.
-Seguramente una tranquila conversación entre padre e hijo, tengo entendido que no os veis desde hace bastante tiempo. Creo que desde que él incendió tu poblado y mató a todos sus habitantes.
El joven muchacho cada vez se quedaba más asombrado, pero a la vez se encontraba furioso. Era imposible que su padre hubiese matado a todo su poblado aquella noche nevada. Con su otra mano libre le agarró del tobillo con el cual le aplastaba la mano. Apretó con todas las fuerzas que le quedaban en esa mano. Eso no lo toleraba, no podía ser que su padre hubiese hecho aquello. Cuando desapareció de aquel lugar dejando a Aery solo a su suerte, el chico lo maldijo tantas veces como pudo. Después de un tiempo, su odio hacia aquel hombre se fue disipando hasta no quedar rastro de él. Ahora, aquel bandido le estaba diciendo que su padre era el asesino que estaba buscando. Quería creer que todo era una pesadilla.
-¡Mi padre no puede ser un asesino!- gritó.
Al decir eso, su fuerza aumentó de golpe. Apretó más fuerte el tobillo de Vam. Éste sintió un dolor increíble y levantó el pie dejando libre a Aery. Se levantó como pudo. El aire comenzaba a cubrir su cuerpo. El caballero observaba aquella escena. Había oído hablar de ese poder, pero también había oído que era imposible de controlar. El chico dio un paso para atrás y comenzó a correr hacia Vam. Cerró su mano y lo convirtió en un puño. Un momento de tensión. El aire cada vez se concentraba en el cuerpo de Aery, tanto, que el viento que se movía hacía daño. Un momento de dolor. El puño del chico chocó con el estómago del bandido. Todo el aire que rodeaba al muchacho se traspasó por su brazo y llegó al cuerpo de Vam.
El hombre cayó lentamente al suelo, todo a su alrededor se movía a cámara lenta. Antes de cerrar por completo los ojos, pudo leer las palabras del primogénito de su jefe. Escupió sangre, eso nunca ocurriría.
-¡Los bandidos destruirán Ewal!
Fer abrió la puerta. Era elegante y de color rosa con flores, como a ella le gustaba. Al entrar, se encontró con un olor dulce. Las paredes eran rosas, como la puerta. Era una habitación pequeña, aún así era acogedora. Un lavadero de manos y una bañera, era el mobiliario de la sala. La sobrina del rey fue hacia la bañera, que estaba llena de agua, y la tocó suavemente. Estaba en la temperatura correcta. Se retiró el albornoz de seda que llevaba. Primero metió una pierna en la bañera y después el resto del cuerpo. Todo era muy relajante durante el baño. Cogió una pequeña esponja y se restregó sus brazos. En esos momentos, todos los pensamientos que la confundían, desaparecían con el agua.
Tras quitarse la suciedad de su cuerpo, inundó su cabeza en el agua. Cerró los ojos. En su mente, aparecían imágenes. El rey Qel estaba palideciendo, y ella no podía hacer nada. Todo aquéllo era por la maldición que soportaba aquel castillo. Veía a un Aery alejándose de ella, con la cabeza agachada. Lo sentía muy cerca de aquí. Durante unos instantes, vio a su marido muerto. Recordaba aquella escena, cuando trajeron su cuerpo al castillo. Su espalda estaba cubierta de flechas, había caído ante los bandidos. Entonces, la imagen de su ex-esposo cambia a la imagen de Aery tumbado bocabajo gravemente herido. Estaba luchando contra alguien, pero no contra la persona de sus sueños.
Abrió los ojos y salió del agua. Se abrazó a ella misma. Tenía miedo, cada vez que cerraba los ojos, solamente veía desgracias. Sus ojos comenzaron a expulsar lágrimas. Estaba confundida, no sabía que hacer.
Tras salir de la bañera, se puso de nuevo su albornoz. Andó tranquilamente por el pasillo, por el cual muchas doncellas y sirvientes caminaban con rapidez, llegó a su habitación y se puso su vestido. Había decidido ponerse un vestido largo y sencillo, era cómodo y con encajes muy bonitos. Aunque pareciese que estaba tranquila, por dentro estaban aquellos pensamientos y aquellas imágenes inolvidables.
Según la rutina, hoy le tocaba visitar de nuevo al rey, su tío. Cada vez estaba peor, si esto seguía así... Podría...
Abrió la portentosa puerta y caminó rápidamente hacia la cama del rey. Desplegó las cortinas que tapaban al anciano rey, hizo su reverencia y se quedó ahí sentada a su lado. El rey notó preocupada a su sobrina, tanteó para cogerle la mano y al final lo consiguió. Agarró su delicada mano y le preguntó:
-¿Te ocurre algo Fer?
La dama no quería decirle de sus miedos, pero nunca podría mentir al rey que tanto admiraba. Así que le dio un suave apretón en la mano y le dijo:
-Estoy preocupada por usted, mi señor.
-Oh... Fer... Eres tan amable...- comenzó a toser fuertemente, Fer se levantó asustada pero de repente paró- Tranquila, no llames a nadie. Antes de que caiga, yo...
-No, usted no va a morir.
-Si que voy a morir, aunque aquel joven intrépido consiga vencer a todos los bandidos que causan destrucción en Ewal, yo habré caído. Por eso debo contarte los orígenes de nuestro reino, ya que tú serás la nueva reina de Ewal.
Fer no se lo podía creer. Comenzó a temblar, ¿ella? ¿Reina de Ewal? Quería preguntarle el por qué Don Qel le había elegido a ella, y no a otro noble más cualificado para el cargo.
-Cuando los reinos que habitan nuestro mundo no existían, todo era uno. No había guerras, ni dolor, ni odio. Era un Ewal en grande. Los humanos aparecieron y se quedaron en aquellas preciosas tierras, y con los humanos, el dolor y el odio vinieron a esas tierras. Las guerras comenzaron y las tierras se separaron, Ewal fue el primer reino que delimitó sus fronteras. Creerás que fue gracias a la paz y al amor, pues no, el primer rey de Ewal fue un rey codicioso y malvado. Causaba destrucción a su alrededor, entonces un poder superior al rey, lo ató a esas tierras que estaba explotando. De ahí que yo esté aquí sufriendo por culpa de los bandidos.
-¿Ató su alma a estas tierras?
-Exactamente Fer, por eso sus descendientes sufrirían la maldición. Al paso de los años, el rey se volvió amable y honesto; pero ya era demasiado tarde para liberarse de la maldición, le acompañaría hasta la muerte. Yo nunca he tenido hijos, como bien sabes, porque no quiero que sufriesen lo mismo que yo. Por eso, le dejo Ewal a mi pariente más querido. Tú, Fer. Tú no sufrirás la maldición y ya eres bondadosa de corazón.
El agarre de la mano del rey se iba debilitando poco a poco. Fer se estaba asustando. Gritaba desesperada el nombre del rey, nunca lo había hecho, pero no quería que lo dejase. Cerró los ojos y dejó de respirar. La dama comenzó a llorar, finas lágrimas salían de sus cristalinos ojos. Llamó a una sirvienta comentándole la muerte del rey, quería hacerle un bonito entierro; se lo merecía. Muchos vasallos le preguntaban quien heredaría el cargo, Fer con la cabeza agachada respondía que el rey quería que fuese ella. Ninguno de ellos criticó su decisión, era la más inteligente. Todo el mundo adoraba a Fer, por eso se alegraban que el rey hubiese tomado esa decisión. Pero a la vez, todos estaban tristes, el entierro sería al día siguiente por la noche; en el día de la Luna.
Fer se encontraba en su habitación con un señor vestido de negro. Estaban decidiendo todo sobre el entierro del rey de Ewal. Todos podrían darle sus últimos pensamientos al rey, tanto como campesinos como nobles. Todos para ella eran iguales. Ya había enviado mensajeros por todos los pueblos de Ewal para anunciar la muerte de Don Qel, así que la ciudadela del castillo tendría bastantes visitas esa noche.
-Quiero lirios, eran sus flores favoritas- decidió Fer.
-Sí señora, lo que usted diga.
La dama, o más bien, reina aún no se había acostumbrado a su nuevo puesto. Todo le era muy raro. De repente, una sirvienta de cabellos cortos negros y ojos azules entra inesperadamente en la habitación donde se encontraba Fer y el señor. Estaba sudando y respirada entrecortadamente. La reina de Ewal se levantó preocupada, fue hacia la chica y le preguntó:
-¿Qué ocurre Loaw?
-S-señora, han encontrado a un herido a las puertas del castillo. Tiene el cabello azul y parece ser bastante joven. Sus heridas son bastante graves.
El corazón de la antigua dama comenzó a latir rápidamente. ¿Aery estaba aquí? Salió de la habitación disculpándose del organizador del entierro de su tío y acompaña a Loaw adonde habían dejado al muchacho. No entendía como es que había acabado herido, pero dentro de ella estaba rezando que no muriese. Al fin, cuando llegaron, Fer cayó al suelo, era la misma imagen. Aery se encontraba tumbado boca arriba en una camilla recién hecha de madera. Estaba sangrando por distintas partes del cuerpo, y respiraba lentamente y costosamente. Fer corrió hacia el cuerpo del joven, lo abrazó, manchándose su vestido de sangre.
-¿Aery?

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