viernes, 17 de julio de 2009

Rosas y tulipanes



Bueno, al ver que en la encuesta hay ya dos votos por las historias he decidido dejaros un one-shot con el mismo esquema que Nueva York (es decir, presente, pasado, presente y así sucesivamente). Creo que me ha quedado bastante bien...
Este one-shot se lo dedico a mi abuelo, que me gustaría haber tenido una relación tan cercana con él ^^
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Era una mañana soleada, típica de verano. Y aunque me encontrase dentro de un camión con el aire puesto a tope, pasaba un calor de miedo. Los ojos se me cerraban de sueño, pero ya faltaba menos para llegar, lo presentía. El paisaje a nuestro alrededor era el mismo desde que cambiamos de comunidad, casi desértico con solamente unas plantas que parecían medio muertas. Aún así me encantaban esos lugares, tal vez fuera porque crecí en un pueblecito de aquí.
De repente, el camión para y el amable conductor que había aceptado llevarme, abre la puerta y me dice:
-Tú destino señorita, no puedo llevarte más lejos, ya se desvía de mi camino.
-No pasa nada, igualmente gracias por llevarme- le respondo con una sonrisa.
Cojo mi mochila y bajo del camión, y tras despedirme con la mano del camionero, me cuelgo la mochila y continuo mi camino andando. Mis pasos eran firmes, al igual que mi mirada, debía llegar antes de la tarde al pueblo.
Tras media hora de “paseo”, veo un débil espejismo que parecía que me estuviese llamando. Eran varias casitas que desde mi punto de vista, parecían de muñeca de lo pequeñas que eran. Suspiro, cada vez faltaba menos, tarde o temprano tendría que enfrentarme a esta situación.
Las casas estaban hechas de un material desconocido para mí, pero que tenía un color característico blanco. Eran un poco más de las doce, así que seguramente habría gente en la calle. Cuando entro en los límites del pueblo, cruzo los caminos por los que no pasaba casi gente para llegar a mi antigua casa.
Era normal, como todas las del pueblo, de dos pisos y del material blanco. De mi mochila saco las llaves de mi antiguo hogar, meto la correspondiente en la cerradura y se oye un click.. ¡Bien! Abro la puerta y entro a mi antigua casa. Todo estaba lleno de polvo y la mayoría de las cosas estaban empaquetadas en cajas.
Paseo lentamente por toda la casa, entro a mi habitación y sonrío. Ahí fue donde crecí y aprendí todo lo que debía de saber. Veo que hay algo tirado en el suelo. Me acerco a él y lo cojo. Era el candado para mi bicicleta. Sonrío melancólicamente recordando cosas ya pasadas...

No era la mejor bicicleta de todo el pueblo, pero aún así me encantaba. Tenía un color rojizo chillón, con unas cadenas impecables. El sillín me estaba llamando para que montara ya. Me senté en la escalera, esperando a que saliera impacientemente. El sol me daba de lleno en toda la cabeza. Hacía mucho calor, para mí demasiado.
Entonces, detrás mía, la puerta de mi casa se abre. Un hombre de unos setenta años, cabello blanco como la nieve y ojos azules profundos sale por ella. Llevaba una sonrisa de oreja a oreja. Me levanto de golpe y le digo:
-¡Ya tardabas abuelo! Quiero aprender a montar en bicicleta ya.
-Tranquilízate, que no es tan fácil como tú te crees.
Le sonreí y me coloqué delante de la bicicleta sujetándola por los manillares.
-¿Y ahora qué hago?
-¿Pues que va a ser? ¡Sentarte en el sillín!- dijo a carcajada limpia.
Dudé por unos instante, pero me llené de valentía y me senté. Apoyé los pies en el suelo esperando más indicaciones de mi abuelo. Entonces, el cogió la parte de atrás de la bici y simplemente dijo:
-Pedalea despacio...
Poco a poco, iba moviendo los pedales con la fuerza de mis piernas. Las ruedas de la bicicleta describían círculos. No me lo podía creer. ¡Estaba montando en bicicleta! Giré la cabeza para observar la expresión de mi abuelo, estaba feliz de verme feliz a mí. De repente soltó la parte de atrás. La bicicleta se tambalea un poco pero el abuelo me gritó:
-¡Concéntrate en un punto fijo!
Eso hice, y el tambaleo cesó. Dio media vuelta y volví adonde estaba el abuelito. Bajé rápidamente y salté a sus brazos.
-¡Lo he conseguido!


Salgo de la casa y cierro de nuevo la puerta con llave. Me fijo que la puerta del trastero, justo al lado de la puerta que llevaba al interior de la casa, estaba abierta. Me dirijo hacia allí, y cuando iba a cerrarla, me quedo mirando expectante hacia un objeto en especial.
Estaba llena de polvo, pero aún así conservaba su color rojizo chillón. Me acerco lentamente a mi primera bicicleta, y con la añoranza en el alma, paso la mano por el manillar aunque me manche la mano de polvo. No la había tirado después de todo... Al parecer era un recuerdo demasiado preciado para él como para desecharse de él tan fácilmente.
Decido pasear un poco por el pueblo antes de ir a aquel lugar. Este pueblo me traía tantos gratos recuerdos... Entro en una panadería, pero no una cualquiera. Era la más vieja del pueblo, la cual, yo siempre iba a merendar allí todas las tardes en mi infancia ya lejana. Abro la puerta, y el tintineo de las campanas suena. Aquéllo me traía imágenes... El olor a pan recién hecho me invade, me acerco al mostrador y una chica de aspecto joven, más o menos mi edad, me atiende.
Llevaba un blanco delantal, con un gorrito del mismo color en la cabeza. Tenía el pelo rubio recogido en una coleta, y sus ojos marrones no daban una buena bienvenida.
-¿Qué desea?- pregunta algo aburrida.
-Un croissant de los que soléis hacer recién hechos...-respondo.
Ella se retira del mostrador y se pone sus guantes de plástico. La limpieza ante todo... Mientras me preguntaba cuál quería, pregunto melancólica:
-¿Y la antigua dueña de esta panadería? Diría yo que era la señora Giménez...
-Mi madre ha decidido jubilarse, se ha dado cuenta que puede descubrir mundo- responde secamente la joven a la vez que me envolvía el croissant.
Aquella respuesta me deja algo confusa. Entonces si la señora Giménez era su madre, ella debía de ser...
-No puede ser... ¿Carmen?
Ella me mira interrogante.
-¿Cómo es que sabes mi nombre?
-¿No te acuerdas de mí? ¡Soy yo! Almudena, ¡tu antigua compañera de clase!
Su expresión cambia por completo, de aburrida a sorprendida. Deja el croissant y sale del mostrador. Tenía la boca abierta. Sí, comprendía que no se lo creyese. Me mira de arriba a abajo y me dice:
-¿Eres tú de verdad? ¡Dios mío Almudena! ¡Has cambiado un montón! Tengo que avisar a mi madre, está arriba en la casa, ahora mismo vuelvo.
Deja el delantal apresuradamente y me deja sola en la panadería. Yo sonreía de alegría, no me lo podía creer. María había seguido el negocio de su madre... Desde la muerte de su padre mientras ella estaba en el instituto había jurado no hacerse panadera, y ahora está aquí. Miro mi reflejo que se encontraba en el cristal del mostrador. Me observo atentamente, ¿tanto había cambiado? Aunque bueno, yo tampoco había reconocido a Carmen a no ser que hubiese dicho que su madre era la dueña de la panadería.
Por el cristal del escaparate veo a gente pasar, unas andando y otras corriendo. El pueblo se iba animando poco a poco...

Habían acabado las clases, y a las afueras del instituto se encontraba mi bicicleta roja esperándome para llevarme a casa. Le quito la cadena y monto en ella. Debía de llegar pronto, ya que quería ayudar al abuelo a montar el nuevo armario para mi habitación. Iba pedaleando por en medio de las estrechas calles del pueblo. De repente, unos compañeros míos de clase hacen que me detuviese. Bajé de la bici, y con cara de rabia les dije:
-No me dejáis pasar, apartaos.
-¿Por qué? Esta zona es nuestra...- responde el jefe, Gustavo Pérez, o como le llamaba yo, el Ratoncito Pérez por la forma de sus dientes.
-Mira, no quiero pelea, así que abridme el camino y solucionado.
Caminó hasta pasar de largo de mí y se apoyó en el manillar de mi bici.
-Ya... Podríamos, pero el problema es que aquí, mis compañeros y yo no queremos...
Cuando iba a ir a por él, veo que Jesús y Sergio me agarran para que no me moviese. Intenté soltarme, pero ellos dos eran más robustos que yo. Gustavo me miraba divertido, y sujetando el manillar de la bici preguntó:
-¿Qué pasaría si yo te rompiese esta preciosidad?- refieriéndose a la bici.
-No serás capaz- respondí amenazante.
Una patada que la tiró al suelo. Alejandro le dio un bate de béisbol. Me temí lo peor. No iban a hacerlo, eso es lo que quería creer. Entonces, alzó el bate y comenzó a golpear la bicicleta. El regalo que me hizo mi abuelo, roto. Intentó no llorar, pero cuando terminaron su trabajo, Sergio y Jesús me soltaron, dejándome sollozando en medio de la calle. De repente, la lluvia lloró por mí.
Poco después, con el pelo mojado y la ropa también, llegué a mi casa con lágrimas en la cara. Mi abuelo con la cara preocupada, me llevó al salón cerca de la chimenea. Cuando me dio una toalla para poder secarme, rompí a llorar. El abuelo preocupado por mí, preguntó:
-¿Qué ocurre Almudena?
-La bicicleta... Intenté que no la hiciesen trizas... Pero... Pero... ¡Lo siento!- grité desconsolada.
Mi abuelo comprendió todo enseguida, ya que él sabía que había tenido unos cuantos problemas con aquellos chicos. Colocó su mano en mi hombro para animarme y después dijo:
-No te preocupes... Ya me encargaré yo de todo...
Tenía una cara enfadada, tanto que daba miedo. Nunca había visto a mi abuelo así
.


Una mujer mayor que llevaba su pelo blanco recogido en un moño pequeño, entra en la panadería y al verme su cara se llena de alegría. Carmen se encontraba tras suya y deja que la mujer corra a abrazarme. Cuando me suelto de su abrazo, me mira para arriba a abajo y me dice:
-Cuanto has crecido Almudena... Cuando te fuiste no eras tan mujer. ¿Qué te trae por aquí?
La mirada se me oscurece, bajo la mirada y simplemente susurro:
-”Su” aniversario.
Ella me entiende perfectamente, sonríe de nuevo y dice:
-Bueno, pues como bienvenida mi hija te invitará al croissante ese, ¿te parece?
-No hace falta...
-Insisto.
Carmen entra de nuevo en el mostrador y me da el croissant. Me sentía mal, no me gustaba que la gente se apiadara de mí. Pero tampoco quería una discusión con la señora Giménez, ya que tenía un genio... Tremendo. Salgo de la panadería dando las gracias y tras eso me dirijo hacia un antiguo establecimiento. Abro el croissant y comienzo a comer. Estaba blandito y recién hecho, este sabor me recordaba cuando iba a ir a merendar allí junto a mi abuela.
Las calles con niños jugando, los padres hablando en los bares. Todo me hacía recordar. Entonces llego a aquel sitio. Era pequeñito y no llamaba mucho la atención, salvo por las flores que sobresalían. Se encontraban metidas en maceteros, las huelo por unos momentos y el dueño de la tienda sale para atenderme.
Rondaría los cincuenta y pico, pero tenía el pelo de un treintañero. Sus ojos llenos de bolsas denotaban el duro trabajo que suponía cuidar de aquellas preciosas plantas. Se limpia las manos con su delantal y me pregunta:
-¿Puedo ayudarla señorita?
Vuelvo a la tierra y le respondo que sí. Le pido un ramo de rosas blancas mezcladas con rosas negras. Mientras me las envolvías y me las ordenaba con dedicación me vuelve a preguntar:
-¿Qué le trae por aquí?
-En verdad es que soy de este pueblo, he crecido aquí, así que nunca está mal volver de vez en cuando. ¿No crees Joaquín?
De repente deja de envolver y de ordenar, levanta la cabeza y tras mirarme profundamente grita:
-¡Almudena! ¡Cuánto tiempo! ¡No me puedo creer que estés aquí!
-Pues aquí estoy. Ponme lo que te he pedido por favor Joaquín.
El hombre despierta de nuevo y se pone otra vez a envolver las flores.
-¿Para quienes son? ¿Para algún chico?- pregunta sonriendo.
-Son para mi abuelo...
Para de nuevo, mira al suelo y después a la calle. Se aleja del mostrador y coge un ramo de tulipanes. No entiendo el por qué hace eso, me coloco delante de él y le pregunto:
-¿Qué estás haciendo?
-Conozco bien a tu abuelo y sé que le gustarán también estos tulipanes recién cogidos. Tranquila, yo invito- me responde con un guiño.
-No hacía falta Joaquín...
Tras mucho discutir con el hombre ya mayor, me convence para que me llevase las flores. Le pago y me marcho del lugar. Antes de ir al lugar al que debía ir, me dirijo hacia el viejo parque que siempre solía visitar. Allí habían columpios, toboganes, todo lo que un parque necesita para que los niños vayan.
Cuando llego, me encuentro con un parque lleno de hierbajos y ninguna flor, yo recordaba que estaba plagado de margaritas y ahora no estaba nada cuidado. Pintadas y graffitis, eso era lo único que quedaba de los columpios. Me siento en un banco de madera, mirando al columpio que se movía lentamente a causa del viento. Sonaba un chirrido como si fuese sacado de una película, pero aquí en mi pueblo no me ocurriría nada malo. Confiaba en sus habitantes desde el momento en que mi abuelo vengó mi bicicleta.
Huelo las rosas y un movimiento de aire saca varios pétalos...
Un día nublado, lloviendo, y en este mismo lugar ocurrió algo terrible...

Era un día de tormenta, y como decía el refrán: “En Abril aguas mil”. Pero no nos encontrábamos en Abril, sino en Febrero y hacía un frío de muerte gracias a la lluvia. Con una bolsa de deporte, me encontraba caminando y siendo perseguida por mi abuelo. No llevaba paraguas, por lo que la lluvia me mojaba todo el pelo. Me daba lo mismo, lo único que quería era salir de aquí e irme al infinito.
Mi abuelo me seguía con enfado, yo pasaba de él y seguía caminando. De repente me paré en la entrada del parque y tirando mi bolsa al suelo le grité:
-¡¿Qué es lo que quieres esta vez?! ¡¿Por qué no me dejas en paz?!
Él también paró y me miró con cara sorprendida. Después cambió su expresión y gritó:
-¡He venido para llevarte otra vez de vuelta a casa! ¡Aún no te puedes ir!
-¡Me voy porque ya soy mayor de edad y quiero ir a vivir a la capital!
-¡No tienes ninguna experiencia en la vida!
-¡Será porque tú nunca te has dignado a enseñarme! ¡Si la abuela hubiera seguido viva seguro que me hubiera enseñado mejor que tú!
Aquéllo lo grité sin pensarlo un instante, por lo que pasó lo que pasó. Nombrar a mi abuela era tabú para mi abuelo, ya que desde su muerte cada vez que alguien la nombraba se ponía de malhumor y no le hablaba a nadie. Pero esta vez fue diferente. Apretó los puños y después alzó su dedo para señalarme:
-¡Eres una ingrata! ¡Te he estado cuidando desde pequeña y te he enseñado todo lo que sé! ¡Y aún encima pides más! ¡Me había decido a llevarte de vuelta a casa, pero ahora veo que eres un caso perdido! ¡Lárgate de este pueblo de una vez!
Dejé caer mis brazos y le miré durante unos minutos callada. Nadie habló, y después, cansada de ver como el agua caía sobre nuestras cabezas, agarré bien fuerte mi bolsa y me marché sin despedirme de mi abuelo.
Había sido la primera vez que discutía con él y la última ya que desde ese día no volví al pueblo. No quise, ya que me daba miedo enfrentarme a él de nuevo, era un hombre temible.

Me levanto del banco y decido ir a visitar a mi abuelo. Salgo del parque despidiéndome mentalmente de él. Llevo las flores con seriedad y entro a aquel lugar al que nunca deseé ir. El cementerio. Era el cementerio del pueblo, por lo tanto habían pocas tumbas. Poca gente moría en el pueblo. Ando lentamente, leyendo las inscripciones de las lápidas. Quería encontrar la tumba de mi abuelo, y cuando al fin veo su nombre inscrito en una lápida, paro en seco. Me arrodilla hacia ella y dejo los dos ramos de flores. Finalmente me siento en el suelo para contarle las cosas que han sucedido durante estos cinco años.
-Conseguí un trabajo de poca monta con el que pude pagarme los estudios universitarios, ahora soy ingeniera informática. ¿No te parece fantástico? La vuelta al pueblo para visitarte ha sido fantástico, me he reencontrado con el señor Joaquín, con la señora Giménez, con Carmen mi antigua compañera de clase...Supongo que tú estarás bien al lado de la abuela.
Sonrío, alzo la mirada hacia el azul cielo y el sol brillante. Hoy había sido un día favorable. Una lágrima comienza a recorrer mi mejilla, y después de esa, miles más. Le echaba de menos y no podía fingir más.

Me encontraba en el autobús, en dirección hacia la capital. Aquel día también había sido feo, llovía a más no poder. El conductor difícilmente podía conducir. De repente, mi móvil comenzó a sonar. Leí quien era por la pantalla, y ponía que era mi abuelo. Le colgué. Tras un minuto exacto, volvió a llamarme. Enfada le colgué de nuevo, no quería hablar con él. De nuevo, me llamó y harta le respondí la llamada:
-Dime- dije secamente.
-Lo siento, he sido demasiado protector contigo- dijo simplemente y me colgó.
Me dejó confusa en medio de tanta gente. Un mes después, recibí una llamada del señor Joaquín informándome de la muerte de mi abuelo. La causa fue no cuidarse como lo había hecho hasta ahora. En ese momento, caí al suelo de la conmoción. Comencé a llorar como nunca lo había hecho, más que en la mismísima muerte de mi abuela.
Y ahí fue cuando pensé que nunca volvería a ver a mi querido abuelo, el que tanto cuidó de mí y el que tanto me enseñó. Y ahí fue cuando me di cuenta que fue un error por mi parte haberme ido de su lado.


Ahora esas palabras resonaban en mi cabeza, toco la lápida y susurro:
-Yo también lo siento por ser tan estúpida.
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Espero que os haya gustado esta historia ^^ En la próxima entrada hablaré de HP6 (o eso espero) Saludos!

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