miércoles, 20 de mayo de 2009

Yûi One-Shot


Mi segundo one-shot de 6 páginas y de más 3000 palabras.
Esta historia tiene su origen de las paranoias que tenía con mis amigos (ya lo he contado en TO y en FanFic como me repito xD) de que yo venía de un psiquiátrico y me había escapado de él unas 3 veces xD Pues nada, la inspiración vino a mi, al principio quise hacer un one-shot divertido, de comedia, en el que contara las aventurillas de un grupo de locos en un psiquiátrico de verdad. Luego vino de nuevo la inspiración y me dio la idea de darle un toque mucho más dramático. Y de aquí ha salido Yûi.
Comentar que el título me costó mucho de decidir, ya que al prinicipio era Bebé 001, pero me pareció muy de ciencia-ficción, luego intenté ponerle uno más largo, y al final me decidí por el nombre de la protagonista: Yûi.
También anotar que el final también costó de escribir, tenía varios en mente y unos eran más bonitos que otros xD Me decidí por un final incolcuso, para después de Historias de Ewal, poder hacer una historia de varios capítulos de ésta (aunque lo dudo mucho).
--------------------------------------------------------------------------
No sirves para nada”.

Aquellas fueron las primeras palabras que oí en mi vida. Desde aquel momento, aquel señor de gafas intimidantes y con otros señores de ropa blanca me llevaron a la habitación donde vivo ahora. Está acolchada por todas partes, las paredes, el techo y el suelo. Además de que tiene un color blanco puro, algo que ha sido muchas veces mi inconveniente, ya que he vomitado y sangrado varias veces en mi vida.

Nunca he salido del “hospital”, como lo llaman entre ellos. No sé como es el exterior, si es que existe realmente. No sé como soy físicamente, ya que ningún señor de bata blanca ha podido hacerme el favor de traerme un objeto que te refleje. Podría decir que tengo el pelo largo, gracias a las bandejas plateadas que me han permitido verme un poco. Soy más bien tirando para delgaducha, con un color de piel normal; algo que es muy raro porque como ya he dicho nunca he salido al supuesto exterior.

Según me ha contado mi profesora, tengo unos ojos muy bonitos que tienen luz propia. Y digo yo, si tuviesen luz propia, ¿no tendrían ellos que iluminarme cuando apagasen las luces de mi habitación?

Visto ropa blanca, como los señores que vienen a visitarme frecuentemente. Pero esta ropa es inusual, ya que me agarran los brazos a la espalda, impidiendo que pueda moverlos. Por lo demás, llevo unos pantalones pirata blancos también, no llevo nada en los pies porque nunca salgo de mi habitación, a no ser que haya venido el señor con gafas a hacerme preguntas de nuevo.

Cuando tenía conciencia propia, no tenía ningún nombre, solamente un código de identificación, creo que era Bebé nº 001, pero después de algún tiempo me pusieron el nombre de Yûi al ver que ya no era ningún bebé.

Ahora me encuentro sentada en un rincón de mi habitación, como no tengo otra cosa que hacer, golpeo mi cabeza contra la acolchada pared. Oh, vaya, de tanto dar golpes he destrozado la pared y he llegado a la parte dura. Da lo mismo, estoy cómoda aquí, me seguiré dando golpes aquí. Con cada golpe que daba, contaba los segundos que faltaban para ver al único ser humano con el cual tenía muestras de afecto.

Falta un minuto y medio...

Un minuto...

Treinta segundos...

De repente, paro. Parece que me he hecho sangre, no me duele, estoy acostumbrada al dolor; pero no quiero que la profesora vuelva a regañarme por hacerme daño. No me gusta que me riña. La cabeza comienza a chorrear sangre, cambiando la pared de blanco a rojo. Me va regañar, me va a regañar, he manchado la habitación, me va a regañar, me va a regañar.

Un segundo.

Abren la puerta de mi habitación, dejándome un poco cegada, ya que antes la única luz que tenía era una pequeña lámpara que se encuentra colgada en el techo. Una mujer alta, de cabellos largos y morenos entra a mi habitación. Parecía entre preocupada y seria, al dirigir su mirada hacia mí, se sorprende y va corriendo hacia mí.

-¡Yûi! ¡Por dios! ¿Te encuentras bien?- me agarra y hace que apoye la cabeza en su hombro, para que así ella pudiese examinar la herida- ¡Lo has vuelto a hacer! ¿Cuántas veces te tengo dicho que no te golpees la cabeza?

Yo no le respondo, simplemente dejo que siga regañándome. Después mira hacia la pared, también llena de sangre. Suelta un suspiro y vuelve a mirarme.

Llama a los señores de blanco, quienes se separan. Unos se dirigen para limpiar la pared, y lo otros se dirigen hacia mí para colocarme las cadenas en los tobillos. No sé porque hacían eso siempre cuando tenían que sacarme de la habitación, pero prefiero no preguntar ya que eso casi siempre lleva a un castigo. Me cogen y me sacan fuera de la habitación.

Comenzamos a andar por los pasillos del “hospital” donde había mucha más iluminación que en mi habitación, las paredes eran blancas, pero no acolchadas. Habían también muchos cristales, donde se podía ver a más gente vestida de blanco haciendo cosas que no comprendía. La profesora se encontraba a mi lado, siempre velando por mí. Aún así me sentía inquieta porque dos hombres de blanco me llevaban hacia la sala de curación agarrándome cada uno de un hombro. Es algo incómodo, la verdad.

Traspasamos la puerta y entramos a una habitación con muchas camas y muchos armarios. Dentro de los armarios blancos, guardaban artilugios de metal que servían para curarme las heridas. Me sientan en una de las camas y agarran mis cadenas a las patas de la mesa. La profesora se queda a mi lado y comienza a explicarme la rutina.

-Mientras estos señores tan amables te curan la herida de la cabeza, yo te iré haciendo las preguntas de siempre, ¿vale Yûi?

-Si profesora.

Veo como las gotas de sangre, manchan un poco las sábanas, pero no me preocupo. No es mi habitación, no me riñe si las mancho. Uno de los señores se pone unos guantes y coge uno de sus aparatos de metal. Asiente con la cabeza hacia la profesora y después ella me mira a mí.

-¿Preparada?

Yo también asiento.

Un pinchazo de dolor, y tres de placer. Siento como el frío metal toca mi carne, y con un hilo comienza a cerrarme la herida.

-¿Doscientos treinta mil quinientos seis por cinco mil novecientos noventa y nueve?- pregunta la profesora.

-Mil trecientos ochenta y dos millones ochocientos cinco mil cuatrocientos noventa y cuatro- respondo con rapidez.

-¡Muy bien!¿Cuántos años tienes?

-Doce.

-¿Qué vas a comer hoy?

-Tortilla con un poco de carne...

-¡Genial! Lo adivinaste.

Cuando dejó de preguntarme, el señor me colocó una gasa en la parte herida de la cabeza y dijo que me podían llevar de nuevo a la habitación. Esta vez, fui solamente con la profesora. La miro con tristeza y le digo:

-¿Tengo que volver ahí?

-Si cariño, ya sabes que tu deber es procesar toda la información que hay a tu alrededor.

-No me gusta ese lugar, es aburrido.

La profesora me sonríe con una de sus sonrisas alegres y me responde:

-Bueno, ahora toca clase, ¿no te parece divertido?

Giro la cabeza hacia ella, sin poder creérmelo. Desde hacia una semana que no me daba clases, al parecer había ocurrido algo muy grave con unas pruebas que me hicieron aquella semana. No me había dado clases, pero venía frecuentemente a visitarme y a preguntarme qué tal estaba. Me acerco a ella, apoyo mi cabeza cerca de su brazo y le digo:

-¿Qué me vas a enseñar hoy?

-Es sorpresa Yûi...

Entramos otra vez a mi habitación, tras quitarme las cadenas de los tobillos, me siento en el suelo, esperando a que la profesora llegase con sus libros y su habitual silla blanca. Desde que tengo memoria, la profesora ha estado conmigo, enseñándome lo que debía saber, cómo tratar a los señores de blanco, cómo tratar al señor de gafas, y cosas del exterior. Ese tema me gustaba mucho, pero en muchas horas de dormir he estado pensando en que todo ese exterior que la profesora me enseñaba era mentira, otras veces en cambio, estaba deseando ir de excursión allí.

Me rasco con el pie en la zona de la herida, como pica... Estoy impaciente para que llegue la profesora. Al fin, tras mucho tiempo de espera, entra pero ni con su silla ni con sus libros. Portaba en la cara una mirada triste y detrás de ella se encontraban otros señores de blanco. Siempre irrumpiendo en mi felicidad, ojalá nunca viniesen a mi habitación. La profesora se acerca a mí, apoya su mano derecha en mi hombro y me dice:

-Lo siento Yûi, el director te quiere hacer otra vez las pruebas...

-¿Otra vez? Ya me las hicieron la semana pasada...

-¡No te quejes y andando!- gritó uno de los señores.

Aparta a la profesora y me coge. Llevándome encima de su hombro, intento patalear para que me soltase pero el otro señor me amenaza con un castigo fuerte, por lo que paro.

No quiero ir a ver al señor de gafas, o como la llama la profesora, el director. Era muy malo conmigo, siempre me hacía las preguntas chillando y después si no le respondía con suficiente rapidez me golpeaba. Además de que siempre me castigaba con más inyecciones de las necesarias.

Cierro los ojos para que el camino hacia la habitación del señor de gafas se hiciese más corto.

Oigo los pasos de los señores.

Oigo la puerta que se abre.

Oigo las cadenas sujetas a mis pies y a las patas de la silla.

Oigo un:

-¡Eh! ¡Despierta!

Abro los ojos rápidamente para que no me pegasen, no me hacían daño pero cada vez que me abofeteaban la profesora se ponía triste. No quería ver a la profesora triste.

El señor de gafas me mira enfadado y después manda a un señor con bata para que me sacase sangre. Después comienza a comentar mis progresos con mi profesora. Parece ser que cada vez tenía una mayor capacidad de concentración... Siento el pinchazo en mi brazo, pero no me quejo, no quiero que me peguen por quejarme. Veo como el aparato de señor con bata me traga la sangre, no entendía por qué lo hacían, pero como siempre, no quería preguntar.

Cuando el director acaba de hablar con la profesora, éste se gira hacia mí y me mira de arriba para abajo.

-Si... Creo que a los catorce años podremos concentrarnos en su físico, está demasiado delgada, pero también podríamos concentrarnos en sus poderes mentales...

No comprendía lo que decía el señor, pero mientras no hablase menos golpes recibiría. Tras hacerme más preguntas y contestarlas tan rápido como podía, el señor me mandó hacia mi habitación. Yo enfadada, le respondí:

-No quiero volver ahí.

-¿Qué has dicho?- preguntó furioso el señor de gafas.

-No quiero volver a mi habitación, es aburrida.

De un momento a otro, el directo comienza a reír fuertemente. Después paró de golpe y me miró de nuevo.

-Me da lo mismo que no quieras volver, aquí se hace lo que yo mande.

-¡No quiero ir!- grité.

Entonces comencé a moverme como nunca lo había hecho, pataleaba fuertemente y movía el tronco tanto como podía. Estaba harta de hacer lo que ellos querían, siempre interrumpían cuando iba a vivir un momento feliz. Por esa razón, me estaba rebelando en ese mismo momento. Me doy cuenta de que uno de mis tobillos se ha soltado y comienzo a patalear con más fuerza.

A mí alrededor, el señor con gafas me miraba seriamente mientras que ordenaba a los señores con gafas que fuesen a buscar algo para tranquilizarme. Esta vez no iba a dejarme poner cosas raras de las suyas. Grito más fuerte. La profesora me miraba con cara confusa y cuando el señor con gafas iba a levantar su mano contra mí, ella le detuvo diciéndole que habían mejores maneras para tranquilizarme.

Se acerca a mí lentamente, me mira fijamente, tanto, que pude ver mi cara reflejada en sus ojos.

-Yûi, sé buena chica.

Y sin esperármelo, me abraza. Sin darme cuenta, dejo de chillar, dejo de patalear, dejo de moverme. Era la primera vez que tenía un contacto humano tan cercano. Te sientes mejor cuando estás entre los brazos de una persona. Cierro los ojos y apoyo mi cabeza como siempre en su hombro cálido. Comienzo a llorar de alegría en silencio, no me lo podía creer. Oigo un “ahora” y de repente todo se vuelve negro a mi alrededor. Caigo en los brazos de la profesora inconsciente.

Cuando abro los ojos, noto como de mi boca sale una baba, y eso pasaba cuando me habían dormido. Poco a poco me incorporo. Estaba de nuevo en mi habitación, sin ninguna salida. Sentía una tristeza en mi corazón, ya que no sabía que pensar. ¿Y si la profesora solamente me había abrazado para que parase? ¿O era un sentimiento real?

El pensar que el cariño de la profesora hacia mí fuese mentira, me hace llorar. Volvamos a la rutina...

Me fijo en que la pared que había destrozado antes, estaba como nueva, decido ir ahí de nuevo. Arrinconada, sin tener otra cosa que hacer que solamente golpear mi cabeza contra una pared acolchada.

Tenía siete años, y me encontraba como siempre en mi habitación dando clase con la profesora. Le miro con cara interrogante y le digo:

-¿Quién es Dios?

La profesora se sorprende por mi pregunta, me sonríe y responde:

-¿Y esa curiosidad?

-Es que muchas veces te he oído decir, ¡por Dios! Y quiero saber quién es él.

Deja los libros de matemáticas avanzadas en el suelo, comienza a pensar en cómo explicármelo, y cuando encuentra el modo dice:

-Es un ser en el que queremos creer cuando estamos tristes, o queremos que nos ayude en algo muy difícil.

-Entonces, ¿podría pedirle a Dios que me dejase salir de aquí?

Se pone triste al oír eso, no comprendía el por qué. Me toca la cabeza, despeinándome un poco el pelo.

-Claro cielo, pero Dios pocas veces nos cumple los deseos...

Agacho la cabeza y me pregunto a mí misma “entonces, ¿por qué le piden cosas?”.

Mientras golpeaba mi cabeza, hice algo que antes jamás había hecho. Le estaba pidiendo a Dios la verdad y la libertad. Mi alma ansiaba todo aquello, aún sabiendo que nunca se cumpliría.

Abren la rejilla de la puerta de mi habitación, y por ella dejan entrar una bandeja, esta vez, blanca con la comida de hoy. Me arrastro poco a poco hacia ella, y comienzo a comérmela. Tortilla con un poco de carne, lo adiviné gracias a mi capacidad de leer las mentes cuando la persona me miraba fijamente a los ojos. Aún no había aprendido a dominar ese poder, pero poco a poco me iba acostumbrando a él.

Al terminar mi comida, arrimo la bandeja con los pies a la rejilla para facilitar su recogida. Siempre hacía eso, era la “dulce” rutina. Empiezo a verlo todo borroso, me iba atontando poco a poco y entonces, como siempre, caigo durmiendo al suelo acolchado. Era la “siesta” como la llamaba la profesora.

Encienden todas las luces de mi habitación, haciéndome despertar. Me quejo durante unos instantes, la potencia de la luz era demasiado... Veo que abren la puerta, iba a entrar la profesora... Entonces entra una persona no reconocida para mí. Antes, iba a levantarme y correr hacia la supuesta profesora, pero al ver que era un hombre de bata blanca y de gafas, me asusto y me escondo en un rincón.

-¿Yûi?- pregunta el hombre.

-Si...

-Buenas tardes, soy tu nuevo profesor- al decir eso, mi mundo pequeño se desmoronó, ahora si que ya no tenía ninguna razón para vivir.

-¿No era una mujer mi profesora?

-La han cambiado de departamento, así que desde hoy yo me ocuparé de tu educación. Mi nombre es...

Antes de que pudiese decir algo, me levanto rápidamente, empujo a mi nuevo profesor y salgo de mi habitación. Despisto a los hombre de blanco al salir, por lo que pude correr unos cuantos metros. Al reaccionar ellos, comenzaron a gritar como locos indicando que me había escapado. Yo seguía corriendo y corriendo, jamás había hecho una cosa así. Y ahora me lo pregunto, ¿por qué estaba haciendo esto?

Los hombre de blanco comenzaron a perseguirme con un artilugio que parecía bastante pesado y que lanzaban extrañas agujas con sustancias en su interior. Yo las esquivaba como podía.

Me doy cuenta de que he cambiado de departamento, pero las alarmas seguían sonando y teñían las paredes blancas de un color rojo. Veo a la lejanía a mi profesora, estaba de espaldas a mí. Debía llamar su atención y de repente grito:

-¡Melisa!

Ella se gira con cara de sorpresa, pero ya es demasiado tarde como para ayudarme. Una de las agujas ha chocado contra mi hombro derecho, duele... Yo estaba acostumbrada al dolor, pero en estos momento, mi hombro me estaba quemando. Quiero arrancármelo y escapar de aquí... Una última escena. Los hombre de blanco me cogieron y me arrastraron por todo el suelo.

Todo a mi alrededor es blanco, creo que es el único color que he visto en mi vida. Estaba tirada en el suelo, mirando a un techo que no podía ver por culpa de la oscuridad. Alguien entra, la oscuridad desaparece. Un ser humano de lo más extraño. No iba vestido de blanco, como mis cuidadores, sino con una ropa de lo más inusual. Llevaba en su cara una larga sonrisa. Les dice algo a los cuidadores y cierran la puerta detrás de ella. Camina por mi habitación, observando lo más mínimo.

-El director del “hospital” ha decidido que tienes la edad suficiente como para aprender lo que necesitas saber.

Me levanto con cara curiosa, no entendía lo que decía.

-Mi nombre es Melisa, puedes llamarme así cuando quieras, tú eres...

-Los hombres de blanco me llaman Yûi- respondo en voz baja.

-¿Yûi? Que nombre más peculiar...- saca un objeto cuadrado con hojas dentro, parecía bastante pesado, lo deja en el suelo para que lo pueda inspeccionar- Esto es un libro, ¿habías visto uno alguna vez?

-No- respondí mientras examinaba el libro. Habían símbolos escritos en sus hojas, y no sabía por qué, pero entendía lo que ponía- Profesora, ¿qué es esto?- digo señalando a un dibujo.

-Te he dicho que me llames Melisa...

Atada con cadenas, desde el cuello hasta los tobillos. Era lo que sentía. Abro lentamente los ojos, y veo que estoy de pie frente a una pared con ladrillos. Mi mente comienza a enloquecer. No quiero estar ahí, no quiero estar ahí. Me van a pegar, me van a pegar... Intento moverme, pero unos rayos salen de mis cadenas que hacen que me debilite. No quiero que venga el señor de negro, quiero salir de aquí. Comienzo a gritar, pidiendo una ayuda que nunca vendrá. Giro la cabeza por todas partes, cuando de repente, me encuentro con un cristal que en el cual tras él se encontraban el señor de gafas, varios señores de blanco y mi profesora.

El señor de gafas se levanta de su asiento, dirige su mirada hacia otra persona y le indica algo. Un señor de negro venía con unos artilugios muy extraños, como todo lo que tenían aquí.

-He aquí tu castigo- oigo decir al hombre.

Dolor intenso. Era lo único que recordaba, no podía caer inconsciente, algo me lo impedía. El dolor era insoportable. Todo el mundo mirándome, ¿por qué me están mirando? Flotaba en una nube de pinchos que rasgaban mi espalda, aquello me enloqueció.

Hoy estoy como siempre en mi habitación, no he vuelto a salir de ella desde mi castigo. Estaba sentada en el centro, mirando al techo con la mirada perdida.

-Lalalalala- cantaba en voz baja.

------------------------------------------------------------------

Espero que os guste, saludos ~~

1 comentario:

Adri Lawliet dijo...

Madre mia madre mia madre mia xD. Puedo hacérte un comentario profesional o limitarme a hacer el tonto, como normalmente hago optaré por lo segundo xD.

Decirte que ya lo había leido, suelo leerme todo lo que lleva tu nombre (la verdad es que la afición de leer siempre me lleva a hacerlo, pero tus escritos tienen como mínimo un punto más de importancia xD), pero aun asi no suelo tener ganas de comentar. Tengo que sacar enormes esfuerzos para escribir algo que requiera "pensar" cuando solo tengo ganas de vaguear (como siempre xD).

Pero en fin, la historia de Yûi me ha encantado, siempre con ese toque dramático y triste y a la vez divertido, acompañado por tu capacidadd de definirlo todo al detalle, me encanta.

Comentar dos cosas que me llaman la atención (boberías xD) como que tiene la regla en la cabeza y que Yûi tiene calculadora incorporada xD. También decir que me recuerda a la tercera parte de X-men, que relacioné directamente con esta historia, con el niño que tenía la cura para los mutantes y que era demasiado blanco xD.

En fin, terminando el análisis me di cuenta de que me salió más profesional que comentario tonto, a veces mi mente me enorgullece xD.

Gran Oneshot, como siempre, escritora. Y que sean muchos más.

¡Te kero amor! x3

¡Bai bai!