viernes, 2 de septiembre de 2011

El Cambiador de Recuerdos

Donde Edward vivía, siempre llovía. No recordaba ni un solo día en el que el supuesto sol hubiera hecho escena, colándose entre las nubes negras que siempre gobernaban el cielo de su ciudad. A causa de éso y otros más, Edward odiaba la ciudad. Grande, con edificios que intentaban alcanzar las nubes e ir más allá y un ruido insoportable que despertaba al chico en mitad de la noche.
Se encontraba sentado en su silla, como siempre, observando como las gotas de agua caían sobre su gran ventanal. Él vivía en el vigésimo piso, alejado de las gentes de las calles. Los plebes, como le gustaba llamarlos a su madre. A pesar del desprecio que sentía la mujer que le dio la vida hacia los plebes, la gente que vivía a ras del suelo y que no eran como Edward, él los envidiaba. Los envidiaba con toda su alma.
Después de todo, ellos tenían unas piernas con las que podían desplazarse. Edward, en cambio no. Había nacido con aquellas piernas atrofiadas, desechables. Tuvo una infancia más o menos feliz, viviendo en el campo junto a su madre y a su padre; pero cuando su padre desapareció sin dejar rastro, toda la vida de Edward cambió por completo. Su madre, desesperada y sin saber cómo afrontar la nueva vida con un hijo paralítico, decidió que lo mejor para su educación sería mudarse a la gran ciudad.
Fue un cambio radical para el joven en silla de ruedas. Donde él había pasado la mayor parte de su infancia, era un lugar feliz, y sobretodo soleado. Lejos del pobre desarrollo que había sufrido el campo, el muchacho a pesar de su condición física, había sido feliz allí. La ciudad no tenía nada que ver con el sitio idílico de Edward. Tecnociencia, desarrollo y religión. En cuanto observó aquellas nubes negras, miró a su madre y le dijo que había cometido un error. Su madre simplemente hizo oídos sordos y le abrió las puertas a su nueva casa.
Después vino el desagradable descubrimiento. Allí, él podía conseguir unas piernas nuevas con las que andar por aquellas calles, circuladas por coches con ruedas y personas normales. Su madre se negó rotundamente.
-¿Para qué quieres unas piernas? ¿Acaso para comportarte como los plebes? Tengo pensada una vida mucho mejor para ti, no quiero que la destruyas con un estúpido sueño -recordó como su madre le acarició ambas piernas, siempre lo hacía y nunca sentía nada.
La desaparición de su padre había afectado mucho a la mujer que le había dado la vida. Antes era honesta, sincera, con sueños y esperanzas, y lo más importante, bastante humilde. Todas las noches, antes de irse a dormir, ella le leía un cuento infantil, y siempre era diferente cada noche. Recordaba como su cabello rubio era iluminado por la luz de la luna, Edward le gustaba compararla con una princesa. Después de lo su padre y la admisión en su nuevo trabajo en la ciudad, aquella mujer que había criado a Edward con amor y respeto desapareció por completo. Él pensaba a veces que se había marchado a buscar a su padre en verdad. Se convirtió en una mujer que no respetaba a los inferiores, y que solamente podía pensar en ella y en su hijo.
Edward sabía que su madre de verdad no hubiera permitido que su hijo hubiera perdido la oportunidad de aprender a andar. Por culpa de sus atrofiadas piernas, su madre no pudo experimentar las situaciones primerizas de una madre corriente. Tuvo que sufrir más que aquéllo.
-Yo no quiero otro hijo Tom.
-P-Pero, ¿por qué? Cuando nos casamos tú dijiste que quería ver como crecía tu hijo, enseñarle a andar, correr, jugar con él al fútbol y baloncesto. ¿Acaso quieres perder todos tus sueños?
-Mi sueño ahora es que mi único hijo tenga una vida plena a pesar de su defecto. ¿Tú sabes como se sentiría Edward al tener a un bebé berreante con dos piernas que pueden caminar?
Aquella conversación ocurrió entre sus padres un mes antes de la desaparición de su padre. Para entonces, Edward tenía seis años.
Habían pasado demasiados años desde entonces, y se encontraba allí de nuevo, como en tantas otras ocasiones, observando la fría lluvia que todo se llevaba. Suspiró y escuchó el ruido de la puerta de entrada. No podía ser su madre, no era la hora de su llegada.
-¿Quién es? ¿Madre, eres tú? -preguntó sintiéndose al mismo tiempo estúpido.
Repentinamente, una sombra apareció detrás de él, a lo que tuvo que responder con un rápido movimiento de su silla de ruedas para poder encontrarse cara a cara con su invitado. Era un hombre, el cual rondaba los treinta años. Su rostro era fino, blanquecino, con ojos azul oscuro. Llevaba como vestimenta unos vaqueros y una sudadera negra, con la capucha sobre la cabeza. Edward no lo conocía, pero por su aspecto podía deducir que pertenecía a los plebes.
-¿Q-Qué hace usted aquí? ¿Cómo ha entrado?
-Ninguna cerradura se me resiste, ni siquiera las más modernas.
-¿Es un ladrón?
-Oh sí. Si fuera un ladrón te habría dejado inconsciente antes de que pudieras verme la cara. ¿Sería bastante estúpido, no? No, yo soy algo mucho más siniestro que éso. Pertenezco al mismo gremio que ésos que roban objetos ajenos.
-¿Un asesino? -se atrevió a preguntar el joven.
-A veces se me considera así, ya que mato a la persona que antes habitaba en el cuerpo y la cambio por completo. Soy un cambiador de recuerdos, o para decirlo de forma más sencilla, un ladrón de recuerdos. Y hoy he venido a por los tuyos.
El hombre dio dos pasos hacia Edward. Estaba acorralado, o iba a por el hombre o al ventanal, con una caída suicidia de veinte pisos. ¿Qué podía hacer?
-¿Por qué?
-Quiero ahorrarte todo el sufrimiento por el que has tenido que pasar. Lo sé. Si tuvieras dos piernas sanas saldrías corriendo, pero el destino ha decidido ponerte este castigo. No huyas. Si acabas de esa manera, no tendrás otra salida.
-¿Qué otra salida me queda?
-Dejar que succione tus preocupaciones y sueños, y que comiences una nueva vida desde cero.
-Entonces dejaré de ser yo. No entiendo nada... Aún así, tengo miedo.
-Un chico sincero, después de todo. Igual que tu padre...
Edward sintió un cosquilleo por toda su espalda. Quería poder levantarse, abalanzarse sobre ese hombre y exigirle respuestas.
-Él no os abandonó, como tu madre y tú pensáis. Estaba amargado, a punto de suicidarse. Él no era tan fuerte como tu madre. No podía soportar el tener un hijo paralítico. Por eso le di la oportunidad de olvidarlo todo y empezar de cero, y aceptó.
-Nos abandonó después de todo... -admitió Edward. No se lo podía creer. ¿Por qué aquel hombre no acababa ya con su sufrimiento? ¿Por qué le contaba todo aquello?
-Quiero darte una oportunidad. Morir u olvidarlo todo, no puedo dejarte en ese estado. Aunque creo que ya has escogido...

En las calles de la ciudad, había una mancha de sangre y un cuerpo completamente destrozado. Parecía haber caído del cielo. Era un suicida, un cobarde. Mientras la lluvia caía, los policías y las ambulancias conducían hacia el trágico accidente, provocando aquel ruido tan molesto.
Edward se encontraba en su silla de ruedas, observándolo todo. Había caído de ella, pero había conseguido levantarse. Estaba solo, desorientado. Entonces, la puerta se abrió con una voz que le llamaba. Sabía que él era Edward.
-Edward, ya estoy en casa.
Era una mujer, ataviada de forma muy elegante pero con un peinado espantoso. Parecía bastante estresada, pero en cuanto vio la sonrisa de su hijo, se sintió mucho más feliz.
-He intentado huir, pero no he podido. ¿Quién eres tú? -preguntó Edward cuando su madre la abrazó. Hacía mucho tiempo que la mujer no había visto aquella sonrisa en su hijo, por lo que no se dio cuenta en la pregunta que acababa de hacer.
Él hizo su elección, pero no pudo marcharse, tal y como había hecho su padre tiempo atrás. No porque no quisiera, sino porque no podía. Aquellas piernas atrofiadas habían marcado su destino y los otros, después de todo.

Existía una silueta en los altos edificios de la ciudad. Él los saltaba como si no fueran nada en realidad. Vestía ropa de plebe, pero era algo mucho más poderoso. ¿Tendría nombre acaso? ¿Familia? ¿Amigos? Se desconocía todo de él. Entonces, una gota cayó sobre su mano extendida y en ella metió los recuerdos de aquel joven paralítico. Nadie se preocupaba por ellas y tenían una vida muy corta.
Apartó la mano y dejó que la gota continuara su camino.
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Un texto surrealista que quería compartir con vosotros. Lo acabo de escribir, y tenía como banda sonora una de las lluvias más largas de este verano. Como siempre, he cogido el tema de los recuerdos y los sueños. Que se le va a hacer, me encantan ^^ (Veáse el Mar de los recuerdos o Ánima). Es algo más largo que Hermanos (un relato que nació de la misma manera que éste) y que sin duda me encanta. Éste ha quedado algo más extraño, aunque me gustaría escribir algo más sobre este hombre tan extraño que roba los recuerdos de los demás ^^
Espero que os haya gustado D: En la próxima entrada prometo continuar con Las series de mi vida xD

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