martes, 17 de marzo de 2009

Nueva York


Este es un one-shot que escribí por enero, creo... Quería meterme en un concurso literario, pero al final por vaguez no me apunté y ahí se quedó el one-shot... En el olvido. Dos amigas lo han leído y le han gustado bastante, quieren que lo continúe. Yo soy como los mangakas, si gusta el one-shot, tal vez lo continue y se sepa algún día el final de esta historia que me cautivó (y a mis dos amigas xD). Por problemas de códigos y demás, no se puede ver en cursiva... Sigo una línea de párrafos de presente-pasado.

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Estaba tranquilo. No debía ponerme nervioso, además no tenía motivos. Estaba sentado en un asiento bastante incómodo, la espumilla del asiento sobresalía y el forro estaba medio roto. Pero eso no me importaba. Lo que verdaderamente me importaba era el hombre que se había recostado en mi hombro, y que ahora dormía plácidamente. Respiraba pausadamente, no tenía que ponerme nervioso. Solamente debería alarmarme si se le cayese la baba. Entonces, de un momento a otro, comienza a roncar. Cada vez que espiraba e inspiraba, pegaba un ronquido que quedaba grabado en mi oído como un infinito eco. Para intentar escuchar bajo sus ronquidos, intento concentrarme en cualquier cosa que esté a mi alrededor. Me fijo en que delante nuestro hay una mujer con su bebé. La mujer era alta y esbelta de cabellos negros, en cambio el niño tenía la cara regordeta y de su cabeza llamaban la atención algunos mechones rubios rizados. La mujer se da cuenta que miro a su hijo, y enseguida en señal de protección, lo tapa con su mantita. Vale que sea un hombre y que mi cara con ojeras llamase la atención de varios de los pasajeros. Pero una cosa es tratarme como a una persona normal y corriente, y otra, tratarme como si fuese un pederasta que le gusta mirar a lo críos. Dejo pasar un suspiro. Definitivamente no entiendo este mundo. Tal vez Nueva York albergara mucha gente de ese calibre. Al final me doy por vencido y dejo de fijarme en lo que hay a mi alrededor. Saco mi mp3 de mi mochila, me coloco los auriculares en los oídos y lo enciendo. Muevo la tecla derecha y tras elegir la banda de The Fray, comienzo a escuchar la música tranquilamente, invadiéndome un cansancio que hacia tiempo que no sentía.


De nuevo estaba en mi casa, pero esa vez sería la última. Me encontraba metiendo las cosas a pelotones en mi mochila, cuando mi madre como siempre, entra a mi habitación sin tocar. Se para delante mía, observa atentamente las cajas llenas de mis cosas que decoraba mi cuarto, después me mira con cara preocupada y me dice:
-¿Qué se supone que estás haciendo?
-Lo siento mamá, me voy. Quiero conocer mundo.
-P-pero,¿vas a abandonarlo todo? ¿Tu familia, tus amigos, tus estudios? ¿Todo por tu estúpido sueño?
-No es estúpido. No quiero acabar como papá metido en su oficina, día tras día, sin apenas ver a su familia. Quiero salir de aquí, vivir nuevas experiencias...
-Jake, no me hagas esto... Por favor... ¿Qué va a decir Angela de todo esto?
Al oír su nombre, me entristezco y me hace recordar cuando le dije mi decisión ayer...
-Ya lo sabe. Apoya mi decisión, pero no me quiere volver a ver.
-¿Ves? ¿Ves todo lo qué estás perdiendo por tu estúpido sueño?
-Mamá te vuelvo a repetir que no es estúpido. Tengo 20 años, puedo hacer lo que me dé la gana, y he decidido ir a Nueva York.
A mi madre casi le da un ataque o algo por el estilo. Sé que nunca le ha gustado Nueva York, vivió allí durante unos años junto con su ex-novio, pero se enteró que estaba con otra. Ese lugar le trae muy malos recuerdos, por eso nunca he ido a conocer la gran manzana, esa gran ciudad de la cual todo el mundo habla. Cojo mi mochila,mi madre contra sus fuerzas interiores, me deja marchar, fuera de de mi hogar en el cual me crié. Salgo por la puerta principal de la casa. En realidad no era una casa muy grande, era pequeña y a primera vista parecía acogedora. Por unos momentos, miro hacia la casa e intento recordar algún recuerdo bonito que guarde de este lugar. Al ver que era en vano, bajo la cabeza y dejo ese lugar al que no echaré de menos.

“Próxima parada: Manhattan”
La palabra Manhattan me despierta por completo. ¿Tan lejos habíamos llegado? Me desperezo tanto como puedo y me doy cuenta de que ya no tengo al hombre de antes apoyado sobre mi hombro. Un alivio para mi, la verdad. Decido bajar en esta parada, ya que no tenía nada planificado de lo que iba a hacer. El metro para, moviéndonos a todos los presentes un poco de nuestros sitios. Me levanto animado, estiro los brazos y me coloco delante de la puerta a esperar que se abriera. Entonces, el momento más esperado llegó. La puerta se abría, dejando ver la estación subterránea. Bajo del metro el primero y salgo corriendo hacia el exterior. La gente me mira raro, a lo mejor a ellos les parece normal vivir en esa ciudad, pero para mi no lo es. Salgo y lo que me encuentro no es nada de lo que me esperaba. Era más. Aquella ciudad era, enorme, bonita y social. Respiro profundamente, ¿qué aventuras me depararán aquí? Sujeto fuertemente mi mochila y comienzo a andar. Observo lo que hay a mi alrededor. Todo esto es alucinante, mejor que las fotografías o las postales. No comprendía por qué a mi madre le producía la sensación de nostalgia cada vez que veía una foto de Nueva York. ¿Y si a lo mejor al igual que a mí esta ciudad era para cumplir sus sueños, pero se vieron destrozados? De nuevo intento alejar recuerdos, ya que cada vez que me acordaba de mi madre, de nuevo me venía la imagen de...

Un despacho grande, amplio. Muchas estanterías con libros y archivadores, pero ningún cuadro, ni una foto. Un gran escritorio, con montones de papeles. Papeles con millones de números y cifras que nunca me interesaron. Sentado en su habitual silla, se encontraba mi padre. Mi mira con cara de enfado y tras suspirar, me dice:
-¿Por qué te matriculaste en Arte? ¿Se puede saber donde está tu beca para Economía?
Mi padre estaba furioso, yo lo sabía. También sabía que se estaba aguantando pegarme una bofetada, ya que ya era mayor de edad y podía hacer lo que quisiera.
-Ya te lo dije hace unos meses, quiero estudiar arte, no economía. Nunca me han gustado los números, pero nunca me has entendido.
-¿Vas a abandonar todo lo que te he preparado por tu bien?
-No papá, te equivocas, por TU bien. No quiero acabar como tú. Un padre que nunca ha ido a ver jugar a su hijo a su partido de baloncesto.
-Sabes que siempre he sido un hombre ocupado, además, nunca me ha gustado ese estúpido deporte. Te deberías haberte concentrado más en los estudios.
-Sería estúpido para ti, pero para mi era muy importante que mi padre me viese- mi voz sonaba seca y sin sentimiento.
-¿Lo sabes, verdad Jake?
-Claro, padre...
Tras decir eso, me levanto de la silla en la cual estaba sentado, cojo mi chaqueta y salgo de aquella oficina. Cierro la puerta con fuerza y rabia. Nunca me ha entendido, ¿por qué? Intento contener mis lágrimas, pero éstas salen espontáneamente dejando mi rostro triste y desesperanzado. Me apoyo en la puerta y me dejo caer al suelo.

Miraba con alegría el cartel de aquella puerta. “Espadas y cruces, Sarah Wilson”. Espadas y cruces era una pequeña empresa de pintura y fotografía, perfecta para mí. Abro la puerta y entro en aquella sala. Ya había pedido cita, por lo tanto no venía de sorpresa. Unas semanas antes de abandonar mi casa, había estado buscando en Internet una empresa pequeña que se ocupase de mis dos mejores artes: pintura y fotografía. Además, la dueña parecía ser una persona amable por la foto que encontré de ella. Espero en la entrada durante unos instantes, y de repente, aparece una chica pelirroja de ojos grises. Iba toda manchada de pintura, a lo mejor ya había comenzado algún trabajo... Interesante. Me mira de arriba a abajo y después dice:
-¿Jake?
Yo solamente asiento. Ella deja pasar una sonrisa por su rostro y después con su mano me indica que le siga. Mi corazón latía con fuerza, al fin... Sarah me lleva a una sala, era una sala fantástica. Toda llena de pinturas. En algunos sitios había fotografías, pero lo que destacaba de ahí, eran las pinturas de lugares inóspitos de Nueva York. Sarah tira un trapo al suelo y me fijo en que el suelo está pintado también. No sabía que representaba, pero aún así, era precioso.
-Bueno, este será nuestro lugar de trabajo. Según pone en tu currículo, has estudiado Arte- asiento- Tú te encargarás de explorar la ciudad y fotografiar lugares que para ti son bonitos. Después si me fío de ti, podrás ayudarme a pintar el cuadro. ¡Ah! Por cierto, también hacemos encargos.
Yo aún seguía anonadado de lo que había a mi alrededor. No me lo creía, no me lo quería creer. ¿Era todo esto un sueño? De repente, me acuerdo de una imagen. Angela...

Le había dicho mi decisión a Angela. Su expresión no me decía nada, pero sabía que no quería que me fuese. Tras mirarnos fijamente, ésta aparta su mirada de la mía y dice:
-Puedes irte libre... Pero que sepas que si te vas, es como si nunca hubieras existido para mi.
Me levanto con rapidez. No esperaba esa respuesta de ella. Angela, la única chica a la que he amado. Angela, a la vez, mi mejor amiga y la que siempre me ha aconsejado. Esa misma Angela no respetaba mi decisión. Intento mirar aquellos ojos marrones, pero ella cierra los ojos.
-¿Por qué?- es lo único que consigo decir.
Angela también se levanta del banco y se marcha del parque, dejándome tirado y sin respuesta. Veo como se aleja Angela lentamente, no puedo detenerla, esa ha sido su decisión ante la mía. Yo aprieto los puños muy fuerte, en estos momentos, en los que no sabes que hacer, te sientes impotente. Caigo sentado en el banco, la primera persona a la que le confiaba mi decisión de irme, y la primera persona que la rechazaba. ¿Por qué no me apoyaba? ¿Harían mis padres lo mismo? De mi padre me lo espero... Pero de mi madre no lo sé. Miro al cielo azul que se encontraba encima de mi cabeza, quería vivir libre, sin ataduras...

Estoy en el aseo, delante de un espejo. Sarah me había recomendado afeitarme e ir como una persona normal por la ciudad, para no destacar mucho. Durante mi viaje había cambiado bastante. Unas grandes ojeras marcaban mi rostro, a la vez, mi cara se veía alargada y muy delgada. Todo eso, junto que nunca me ha gustado arreglarme, hacía que pareciese un vagabundo. Me toco la delgada barba que se había formado, cojo la cuchilla, la mojo y comienzo a afeitarme. Salgo de mi apartamento, cortesía de Sarah, con algunos papelitos en la cara. A saber las veces que me he cortado... Me cuelgo en la espalda mi mochila que tanto tiempo me ha acompañado y comienzo mi marcha hacia lugares inóspitos de Nueva York. Voy paseando por la calle, topándome con gente nunca vista y con gente que me esperaba encontrar por estas calles. Respiro hondo, este era mi mundo. Al fin había encontrado mi lugar en el mundo, lo que andaba buscando durante tanto tiempo. De repente, veo una imagen preciosa, agarro mi cámara rápidamente y hago la foto. Un pájaro posándose tranquilamente sobre una farola. No sabría decir muy bien el por qué, pero aquella imagen era hermosa. Tras preguntar a gente veterana de aquí, y hacer unas fotos muy curiosas, vuelvo a mi lugar de trabajo. Entro, y revelo las fotografías. Las observo detenidamente. Definitivamente me encantaba Nueva York, una ciudad donde lo tiene todo. Entonces, como caída del cielo, Sarah entra a la habitación, al principio no me dijo nada, solamente se quedó mirando curiosa aquellas fotografías, Después baja la cabeza, veo una pequeña sonrisa y me dice:
-Hice bien en escogerte. Se te da muy bien esto.
Aquellas palabras aunque fuesen pequeñas, llenaron por completo mi alma. Al fin alguien aceptaba lo que me gustaba, al fin alguien me apoyaba en lo que quería hacer. Mi sueño se estaba cumpliendo paso a paso.

Mi décimo cumpleaños. Estaba plantado en frente de la tarta, en mi cabeza llevaba el típico gorro de cumpleaños. Estaba aburrido y a la vez enfadado, de nuevo no había cumplido su promesa. Mi madre se encontraba a mi lado, tenía una cara preocupada. Sabía lo que estaba pensando, pero aún así, ella intentaba apartar esos pensamientos de su cabeza. Se gira hacia mi, me sonríe y me dice:
-Ya verás como papá va a venir.
-No va a venir, es la cuarta vez que lo hace- replico aburrido.
Entonces el teléfono de casa suena, mi madre va corriendo hacia él y lo coge. Aunque no pudiese escuchar a la otra persona, sabía quien era. Tras unos dos minutos oigo una voz triste de mamá diciendo:
-Ah, vale... Entiendo.
Cuelga lentamente y después a un ritmo aún más lento se dirige hacia mi y me dice:
-Parece ser que papá está muy ocupado con una reunión y no podrá venir a la fiesta.
Ya no quería escuchar nada más. No se lo iba a permitir más. Me quito ese desagradable sombrero de mi cabeza, lo estampo contra la mesa y subo corriendo a mi habitación.
-¡Jake!- grita preocupada mamá.
Cierro con pestillo la puerta, no quiero que me vea llorar. ¿Por qué papá siempre me hacia esto? No lo logro comprender. ¿Acaso su trabajo era más importante que su familia? Me siento en una esquina de mi cama y digo susurrando:
-Algún día me iré de aquí...

El despertador comienza a sonar. Palmeo por mi alrededor hasta que llego hasta él y lo tiro lejos de mi. Deja de hacer ese repetitivo sonido y me relajo. Abro los ojos, parpadeo y después me levanto. Me desperezo tanto como puedo. Unos cuantos pasos y llego hasta mi calendario. Ya llevo una semana en Nueva York, no me lo puedo creer... De momento todo me iba de maravilla. Un buen trabajo, una jefa amable y un apartamento para mí solo. Me dirijo hacia el armario y saco cualquier ropa. Me la pongo y de repente suena el móvil. Voy hasta él y lo abro. Un mensaje de Sarah. ¿Qué querrá?
“Buenas Jake, tengo un trabajo para ti. En el café Star a las doce, te va a parecer muy interesante... ¡Saludos!”
Cierro fuertemente el móvil. Al fin había llegado un encargo, era mi primero. Pero lo que me preocupaba eran las últimas palabras de Sarah. ¿Qué tendría aquel trabajo para parecerme tan interesante? Me quedo pensativo durante unos minutos, cuando me doy cuenta de que todavía no he desayunado. Mi estómago ruge de hambre. Suelto un pequeño sonido de dolor y salgo de mi apartamento. La calle de Nueva York estaba siempre repleta de gente, y no era de extrañar. Personas de diferentes lenguas, diferentes culturas, caminaban el mismo suelo que yo. Poco a poco me iba acostumbrando a ese sentimiento de orgullo que sentía al estar en esta ciudad. Giro a la izquierda y delante mía, una gran cafetería con unas letras de neón que anunciaban “Coffee Star”. Miro mi reloj, son las diez, es decir, tenía dos horas para desayunar a gusto antes de que llegase Sarah. Al entrar, su interior me sorprende. Gente encima de las mesas, otras bailando y chillando. Mientras tanto, los camareros y cocineros intentaban tranquilizar a la clientela. Para no molestar, me siento en un lado de la barra. Veo una silla volando. Ya no sé que pensar. Una chica que coletas rubias y uniforme de camarera se planta en frente mía y me dice:
-¿Qué va a querer tomar?- se fija en que no le estoy prestando atención. Más bien me preocupaba por aquella gente que ahora se estaba peleando. Oigo un suspiro y de nuevo la chica me dice- No hace falta que te preocupas por ellos, suele pasar siempre.
-¿Siempre?- pregunto sorprendido.
La chica sólo asiente. Después saca una pequeña libreta y bolígrafo y me dice:
-¿Ha decidido ya?
Cojo la carta, pero no le hago mucho caso. Ya sé lo que quiero para desayunar.
-Un café con leche y un croissant.
Después de apuntarlo, la chica se aleja alegremente. Yo dejo pasar un suspiro, aún no comprendía por qué Sarah me había citado aquí. La camarera rubia se acerca con un plato y una taza, me lo deja en la barra y se vuelve a ir. Me tomo mi croissant con calma, total, no tenía prisa. Tomo el último sorbo de mi café con leche y miro de nuevo mi reloj, vaya las doce... Si que me ha cundido el desayuno. Entonces, como caída del cielo aparece Sarah en el café. Lleva consigo una amplia sonrisa en su cara. Se sienta a mi lado, yo le miro con cara seria.
-¿Por qué aquí?
-Me pareció un sitio divertido... Ahora en serio, es el mejor lugar para hablar y que nadie escuche nuestra conversación.
Normal, con todo el ruido que hay, nadie nos oirá. Una persona más se une a la barra, llevaba una gorra un tanto extraña, estaba fumando, y no aparentaba más de unos 40.
-He aquí nuestro cliente.
Al quitarse el sombrero lo reconozco enseguida. Aquel rostro... Jamás lo olvidaré... El antiguo jefe de mi padre. El que tantas horas lo mantuvo ocupado en su oficina para que no pudiese salir con su familia. Me estaba sonriendo, pero yo a él no. Aún le guardaba rencor sobre aquel día...

Yo me encontraba pintando en mi habitación, como siempre hacia ahora. Estaba utilizando unas ceras muy especiales con las que me era difícil dibujar, por eso me encantaba el dibujo. Cuando al fin lo termino, lo cojo por unos instantes. Una gran playa, con un oleaje tranquilo. De repente, al mirarlo, me invade una sensación de tranquilidad, como si todo se disipara a mi alrededor. Vuelvo a la realidad, voy a enseñárselo a mamá. Bajo corriendo las escaleras cuando veo que mi madre y mi padre están hablando con un señor. Nunca lo había visto, pero al escucharle hablar lo reconocí. Era el jefe de papá. Parecía que estaban hablando de un tema muy importante, así que decido salir de allí sin que ninguno de los tres me oyera. Por desgracia el jefe de mi padre oye mis pasos, se levanta de la mesa y se dirige hacia mi.
-¡Mira quien tenemos aquí! ¡El futuro empresario!
Me despeina un poco el pelo. Odio que me hagan eso. Ve que escondo algo detrás mía e intenta verlo.
-¿Qué es lo que guardas con tanta ímpetu?
-Nada...
Sin darme cuenta, ya había cogido mi cuadro. Lo observa durante unos minutos y después me pregunta con enfado:
-¿Qué se supone que es esto?
-Un cuadro.
Una sonrisa de pura maldad se dibuja en su cara.
-Parece mentira que vayas a estudiar economía como tu padre. En vez de dibujar tonterías como ésta, debería ponerte a estudiar ahora mismo.
Y al terminar, rompe mi dibujo en dos. Deja caer los pedazos y con ellos mi ilusión. Aquello se derrumbaba ante mi y lo que fue aún peor, fue ver a mi padre observándolo todo, sin hacer nada.
Miro con cara de enfado a Sarah. Después de aquel incómodo desayuno, me había obligado a aceptar el trabajo. Según ella sería muy fácil para mi, ya que era hacer un retrato de toda su familia en Nueva York, para tener un recuerdo. Dejo pasar un suspiro, después de ésto, me siento desganado y cansado. Me levanto de la barra y cuando iba a coger mi cartera, veo que no está donde debería de estar. Alterado vuelvo a buscar en los bolsillos de mi chaqueta. Miro con cara de horror a Sarah. Entonces me acuerdo de una chica que se había chocado antes conmigo, seguramente ella me había robado la cartera. Veo que sale de la cafetería y salgo corriendo a por ella.
-Invítame esta vez Sarah. Te prometo que la próxima vez pago yo.
Tras salir corriendo desesperado hacia la calle, me doy cuenta de que me será imposible encontrar a la chica. Veo que una chica de cabellos pelirrojos está corriendo entre la gran multitud, por lo que razono que sería ella. Comienzo a seguirla hasta que al fin llego hasta ella.

-Dame lo que me has quitado.

-¡Yo no he te quitado nada!- dice no muy convencida.

-¡Dame mi cartera o llamo a la policía!

Aquel truco funcionó, y enseguida sacó mi cartera con todo su dinero dentro. Por su ropa pienso que tiene problemas económicos. Me siento con ella en un banco y le pregunto:

-¿Por qué me has robado mi cartera?

-Necesito dinero, y como en la cafetería se notaba que no eras de aquí...

Me sorprendo bastante.

-¿Tanto se nota?

Ella simplemente asiente, dejándome aún más deprimido. Aprieto los puños fuertemente, Nueva York tenía su belleza y su maldad a la vez. No me gustaba que gente honrada como la chica que estaba sentada a mi lado, tuviese que hacer cosas tan indecentes como robar a la gente.

-¿Vas a llamar a la policía?- pregunta la chica asustada.

Le sonrío y le respondo:

-No tranquila...- tras decir eso, saco un papel y un lápiz, le apunto mi número de teléfono- Si necesitas alguna cosas, cualquiera, llama a este número.

Me levanto del bando para volver con Sarah, pero antes le digo:

-Por cierto, mi nombre es Jake.

Con mi paso lento, me alejo de aquella chica. Cada vez esta ciudad me hacía vivir decenas de aventuras inesperadas. Ahora debía hablar con Sarah, no quería enfrentarme a mi pasado. Era demasiado duro. ¿O acaso Sarah me estaba poniendo a prueba? Llego al bar, y antes de abrir la puerta, miro al cielo. Pienso lo que voy a decir y suelto un suspiro. Un chirrido de la puerta indica que se está cerrando, pero el ruido que había dentro no permitía oírlo. Era tan relajante...

Acabo de cumplir dieciocho años y observo un póster que tengo colocado en el techo. Estaba tumbado en la cama, como durmiendo. Pero en realidad lo que hacía era observar el póster. Era mi favorito. Era una gran foto de Nueva York en todo su esplendor. Al terminar de mirarla, sonrío y digo:
-Espérame que allá voy.

1 comentario:

Tortugokamikaze//Pingu R. dijo...

para no ser ni de coña el tipo de lectura que me gusta, me ha dejado buen sabor de boca.

Es una historia interesante y está muy bien redactada.
tmb me gusta como no paras de meter flashbacks, pero no me gusta que estén tan poco diferenciados del hilo principal.

buen trabajo